Barcelona vuelve a hacer historia
Para Catalunya, la cumbre hispano-francesa no solo es importantísima por los temas que abordará, sino también por el carácter simbólico que tiene celebrarla en la capital catalana
Andreu Claret
Periodista y escritor. Miembro del Comité editorial de EL PERIÓDICO
Periodista y escritor. Miembro del Comité editorial de EL PERIÓDICO
La última vez que Barcelona dio su nombre a un tratado internacional fue en 1539, cuando el Papa Clemente VII y el emperador Carlos V se reunieron en la capital catalana para frenar las ambiciones del rey de Francia sobre los estados pontificios. El nuevo Tratado de Barcelona que firmaran mañana Pedro Sánchez y Emmanuel Macron no tiene por objeto limitar las pretensiones de nadie. No porque Francia no las tenga, con sus nucleares, su agricultura y su reticencia a agilizar las conexiones entre los dos países, o España, con su aspiración a hablarle a su vecino de tú a tú y de liderar la Europa meridional. El tiempo todo lo pone en su sitio, también la ‘grandeur’ de De Gaulle y Mitterrand, o los delirios de Aznar. Los retos que amenazan el planeta y los cambios que los acompañan obligan a dejar de lado la confrontación en beneficio de la cooperación. Para España, Francia constituye hoy más una oportunidad que una amenaza. Un socio comercial de primerísimo nivel y la puerta de entrada a Europa. No solo para el hidroducto que saldrá de Barcelona y suministrará el 10% de la energía que consumirá la UE sino para muchas otras políticas. Este es el alcance histórico de la cumbre que tiene lugar hoy en el Museu Nacional d'Art de Catalunya y que volverá a colocar otro Tratado de Barcelona en los libros de historia, cinco siglos después.
La presencia de una veintena de ministros ilustra la ambición de una reunión que abordará la cooperación económica y cultural, pero también el futuro de las interconexiones energéticas y ferroviarias, la necesidad de una política de defensa europea, la colaboración contra el terrorismo y todo lo relativo a derechos, inmigración y ciudadanía. Que el hidroducto que debe conectar Barcelona con Marsella se haya colocado en el centro de la reunión es lógico, teniendo en cuenta que la guerra de Ucrania ha anticipado carencias y dependencias energéticas que constituyen el talón de Aquiles de la Unión Europea. La crisis del gas ruso y el envejecimiento prematuro que padecen muchas centrales nucleares francesas ha creado un contexto favorable a España, impensable hace apenas un lustro. Como dato que ilustra este reequilibrio entre los dos países en temas energéticos basta constatar que la semana de la cumbre empezó con un precio de la luz 6 o 7 veces superior en Francia que en España. Nadie podía imaginar una situación semejante hace un par de décadas, cuando las nucleares francesas iban a todo tren y España era un enano en materia de renovables. A Francia no le gusta que el hidroducto lleve el nombre de Barcelona y exige que el hidrógeno pase por el mar y no por tierra, para poder decir que el nuevo combustible regará Europa desde Marsella, pero lo cierto es que la Península Ibérica tiene un nuevo e insólito protagonismo en un tema que forma parte del núcleo duro de la estrategia europea.
Para Catalunya, la cumbre no solo es importantísima por los temas que abordará, sino también por el carácter simbólico que tiene celebrarla en Barcelona. Bien está que el presidente de la Generalitat haya planteado cuestiones de legitimo interés, como los pasos fronterizos que París se empeña en mantener cerrados con el argumento, o la excusa, de protegerse del terrorismo o de la inmigración ilegal, o como las conexiones ferroviarias y el corredor mediterráneo, que los franceses tienen escaso interés en agilizar, manteniendo un absurdo cuello de botella entre Perpinyà y Montpellier. Sin embargo, para Pere Aragonès y Ada Colau lo más sobresaliente debiera ser que Barcelona vuelva a hacer historia albergando un nuevo tratado que lleva su nombre. Tras años de aislamiento, marcados por el conflicto, la división, la huida hacia ninguna parte y la violencia, Barcelona tiene la oportunidad de volver a asociar su nombre al diálogo, la cooperación y las iniciativas transeuropeas.
Aprovechando las desafortunadas declaraciones de un ministro de Sánchez que presentó la cumbre como el funeral del 'procés', el independentismo más irredento ha encontrado un pretexto para movilizar a sus seguidores, arrastrando a la calle a Esquerra Republicano que no renuncia a la pancarta, aunque sea partido de Gobierno. Oriol Junqueras es el teórico de la idea según la cual Esquerra Republicana puede y debe estar en misa y repicando. No es nada nuevo para el nacionalismo catalán. Jordi Pujol estuvo en la inauguración de los Juegos Olímpicos mientras sus hijos intentaban desacreditar el encuentro. Pero Pujol nunca dejó que los suyos rompieran las cuerdas del campanario de tanto repicar. La lectura diaria de cuatro diarios europeos le aconsejaba dar prioridad al hecho de estar en misa.
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