Artículo de Salvador Macip

Tenemos que volver a ser disruptivos en ciencia

Ante la falta de innovación, sería conveniente analizar los motivos. Quizás hemos dejado que el modelo capitalista dicte demasiado el camino de la creatividad

Archivo - Una profesional sanitaria sostiene una jeringuilla con la vacuna contra el Covid-19. Archivo.

Archivo - Una profesional sanitaria sostiene una jeringuilla con la vacuna contra el Covid-19. Archivo. / El Periódico

Salvador Macip

Salvador Macip

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Hace poco se ha publicado un estudio en la revista 'Nature' que ha creado mucho alboroto. El título es bastante claro: los artículos científicos y las patentes cada vez son menos disruptivos. Es un hallazgo preocupante porque, precisamente, a la ciencia se le presupone la capacidad de provocar, de vez en cuando, grandes saltos que transformen el conocimiento y nos hagan avanzar a pasos agigantados. Parece que esto estaría dejando de ser así.

Los autores han estudiado 45 millones de artículos y casi 4 millones de patentes publicados durante los últimos 60 años, a los cuales han aplicado un índice, denominado CD, basado en las citas que han recibido: cuanto más rompedor, menos referencias se hacen a descubrimientos anteriores del mismo tema. Y cuanto más alto el CD (1 es el máximo), más disruptivo. En todos los campos analizados, la media del CD de los artículos ha disminuido notablemente. Por ejemplo, en ciencias sociales, ha pasado de ser 0,5 el 1945 a 0,04 el 2010, más de diez veces inferior. La conclusión es que la investigación que hacemos nos permite avanzar con más confianza por la carretera principal, pero no nos lleva hacia vías nuevas. Es paradójico, pues, que en el momento de la historia que disponemos de una tecnología más avanzada y de un conocimiento más extenso, menos estemos dispuestos a salir a explorar mundos desconocidos.

Es cierto que los adelantos disruptivos no son los únicos importantes: también hacen falta que confirmen y consoliden las hipótesis y líneas de trabajo que se han ido construyendo despacio a partir de 'inputs' muy diversos. En el artículo citan como ejemplo de los primeros el descubrimiento de la estructura del ADN por Watson y Crick en 1953, que revolucionó la biología porque permitió saber dónde se escondía la información genética. Un ejemplo del segundo tipo, en cambio, sería el artículo que Kohn y Sham publicaron en1965, donde describían un método para calcular la estructura de los electrones a partir de teoremas preexistentes. Ambos son necesarios (y ambos fueron reconocidos con un premio Nobel), pero las consecuencias para el conocimiento humano son muy diferentes en cada caso.

¿Por qué estamos perdiendo la capacidad de ser disruptivos? ¿Es un problema de la ciencia o el fenómeno se da también en otros ámbitos de la cultura? No conozco ningún estudio que lo haya cuantificado, pero a menudo se escuchan voces que proclaman que el arte está estancado, la literatura repite las mismas fórmulas, el cine es conservador... Puede ser solo una percepción sesgada, pero las grandes revoluciones artísticas de principios del siglo XX no parece que estén teniendo un paralelismo cien años después. Sin ir tan atrás, el último movimiento musical verdaderamente disruptivo con toda probabilidad sea el 'hip hop', nacido ya hace más de cuatro décadas. Como en el caso de los adelantos científicos, esto no quiere decir necesariamente que la cultura contemporánea sea de menos calidad que antes, solo que ya no nos la queremos jugar tanto.

Sería conveniente analizar los motivos. Por un lado, quizás hemos dejado que el modelo capitalista dicte demasiado el camino de la creatividad. Ahora tenemos menos mecenazgo y más negocio. En el fondo, tiene cierta lógica: el dinero que cuesta una superproducción de Hollywood hoy en día hace que sea más fácil conseguir los recursos para rodar una secuela de una historia de éxito que inventar una nueva. En ciencia se puede aplicar la misma norma, porque los experimentos de gran envergadura requieren presupuestos importantes, que normalmente las entidades financiadoras prefieren asignar a la investigación incremental y con un retorno claro a corto plazo, no a la que va en direcciones inesperadas. La mayoría de apuestas, pues, se hacen sobre seguro.

Esta tendencia lleva a la autocensura, otro problema: sabiendo que será más difícil llevarlo a cabo, ya no proponemos proyectos que no cuadren con las expectativas. En el caso de la ciencia, también influye que hemos llegado a un punto de complejidad que hace que sea difícil estar al caso de lo que se hace fuera de tu ámbito inmediato de pericia. Este desconocimiento fomenta investigar principalmente dentro de tu zona de confort.

Por suerte, todavía hay excepciones a estas normas. Por ejemplo, la investigación sobre el covid-19, que ha transformado la manera en la que diseñaremos las vacunas a partir de ahora. Nos ha hecho falta una crisis global para cambiar el chip, porque a este tipo de innovación se le suele destinar una fracción insignificante de los fondos disponibles. Tenemos que encontrar la manera de superar la aversión al riesgo y volver a ser disruptivos, porque la capacidad de aventura tendría que continuar siendo uno de los factores que nos define.

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