Relinchos peligrosos
La política española tiene su palabra fetiche para provocar agitación. Y esa palabra es Catalunya
Carles Francino
Periodista
El otro día pillé en la tele, por casualidad, una reposición de 'El jovencito Frankenstein'. Casi medio siglo después, la película de Mel Brooks me sigue pareciendo una delicia. Y me encantó ver otra vez a Marty Feldman haciendo la puñeta a los caballos, que relinchan automáticamente en cuanto oyen el nombre de Frau Blücher. Bueno, pues resulta que la política española tiene también su palabra fetiche para provocar agitación. Y esa palabra es Catalunya. A la que si encima se le añade independentismo, como estés cerca del caballo, además del relincho -y algún rebuzno- te puedes llevar una coz. Pero es lo que hay. Toca resignarse y aceptar que Catalunya volverá a ser el arma arrojadiza en este año electoral. Aunque no tengo tan claro que haya que plegarse también a admitir la mentira como moneda de uso corriente. Es verdad que los hechiceros del 'procés' dieron munición a todas las variantes del españolismo; desde la de los supuestos patriotas que añoran el modelo de una, grande y libre; hasta personas que, simplemente, se sienten parte de un país que no desean ver troceado. Pero no creo que eso justifique el doble salto mortal de equiparar el intento de golpe de Estado -tan cutre como peligroso- de los bolsonaristas en Brasil con lo ocurrido en Catalunya en 2017; ni mucho menos mentir con descaro cuando se difunde el bulo de que en España la ocupación violenta de instituciones quedaría tipificado poco menos que como travesura por las reformas que ha impulsado el Gobierno de Pedro Sánchez en el Código Penal. Es falso, claro, pero da igual. Porque la política ya no es un contraste de ideas sino un combate a cara de perro por fidelizar a los tuyos y agruparlos contra un enemigo, el que sea. La ultraderecha lleva ventaja en estas prácticas, sí, pero cuidado porque nos estamos metiendo todos en una suerte de guerra de religiones, donde a los seguidores -potenciales votantes- se les exige, por encima de todo, fe. O sea, considerar herejía todo lo que venga de fuera. Y estas cosas, nos lo cuenta el cine y nos lo demuestra la historia, no suelen acabar bien.
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