Cumbre España-Francia

La normalidad no debe asustar

Celebrar la cumbre entre España y Francia en Barcelona no es ninguna provocación en el actual clima político

Macron y Sánchez

Macron y Sánchez / EFE/ Kai Forsterling

Editorial

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España y Francia van a celebrar este jueves una cumbre bilateral cuyo asunto principal será el impulso del hidroducto entre Barcelona y Marsella. Una inversión de más de 2.300 millones de euros que va a consolidar el papel estratégico de la capital catalana en el nuevo mapa energético de la UE surgido de la guerra de Ucrania y de la transición para abandonar los combustibles fósiles. Lo normal es que una cumbre que debe abordar este proyecto se celebre en una de las dos ciudades que quedarán unidas por la nueva infraestructura. Y el turno tocaba en suelo español. Hubiera sido una excentricidad celebrar la reunión en Málaga en virtud de otro gran asunto del encuentro, el Año Picasso, de mucha menor envergadura. 

Esta normalidad no hubiera sido posible si el clima institucional y social en Barcelona fuera el del año 2017 o el de 2019. Celebrar una cumbre internacional en pleno desafío institucional del Gobierno de la Generalitat hubiera sido una temeridad. Hacerlo mientras ese desafío solo tenía una respuesta judicial, también. Pero, afortunadamente, el momento es otro. Aquellos hechos ya han sido juzgados y los responsables condenados. Se han impulsado medidas, dentro del marco legal, para enfocar este conflicto en la esfera política y alejarla de la judicial, no por evitar las actuaciones en defensa de la legalidad, sino para evitar las actuaciones que la bordean. Y, lo que es más importante, las relaciones institucionales entre los gobiernos funcionan en tiempo y forma con crecientes zonas de complicidad pese a las legítimas discrepancias políticas. Celebrar la cumbre en Barcelona no es de ninguna manera una provocación, como algunos han querido denunciar. Está más que justificado y no responde a una estrategia para hacer ver lo que no es sino todo lo contrario. 

Tampoco es cierto que Catalunya no desee esta cumbre. El Gobierno de Catalunya la ha acogido con más responsabilidad que entusiasmo, pero el ‘president’ Aragonès estará allí. Varias grupos parlamentarios la celebran como un éxito. Y sindicatos y patronales, por motivos diversos, la consideran positiva pensando en la inversión que conlleva. También es cierto que hay voces en contra. No de la cumbre sino de la normalidad que pone en evidencia. Manifestarse a favor de la independencia de Catalunya es perfectamente legítimo en cualquier circunstancia. Otra cosa es valorar si hacerlo en este caso tiene alguna efectividad. La cumbre no va a tratar ese asunto ni ninguno que tenga que ver con ello. El impulso de esa manifestación lo han dado los que siguen pensando que el éxito de su propuesta política depende de su capacidad de generar desestabilización. Es grave que, seis años después, aún no vean que ese camino solo hace que desacreditarlos dentro y fuera de Catalunya. Y lo preocupante es que alguna fuerza política que podría reivindicar el coprotagonismo en la normalidad que la cumbre evidencia se apunte a engrosar las filas de los unilateralistas, a pesar de no compartir ni sus métodos ni su análisis de la realidad actual. Es tan normal impulsar esta cumbre en Barcelona como manifestarse para defender una posición política. No hace falta gesticular desde uno y otro campo ideológico para forzar una unanimidad que no existe en Catalunya, cosa que no está reñida con que se haya recuperado la normalidad.