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La geopolítica de TikTok
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
TikTok es la red social emergente. Como todo lo nuevo, deslumbra a algunos y ofusca a otros. Demasiadas veces, nos olvidamos de que el éxito de las redes sociales depende de su viralidad. Y los virus, como hemos comprobado en el caso del covid-19, describen una curva que se puede prolongar más o menos en el tiempo y alcanzar picos más o menos altos, pero siempre tiene un principio y un final. La Universidad de Harvard estudió en su momento MySpace, la primera de las redes que nacieron y murieron en internet. Y su comportamiento no fue muy diferente al de la gripe u otras epidemias: cuando todos los individuos capaces de ser contagiados, se han contagiado, la viralidad cae en picado. Es eso que llamamos la inmunidad de grupo. En el pico, el pánico puede ser peligroso porque provoca decisiones dramáticas. Facebook o Twitter están a un paso de acabar como MySpace. Todos los susceptibles de ser viralizados por estas redes ya lo han sido y sus efectos son menos intensos. Instagram les sustituyó y algunos creen que ya ha alcanzado el pico. Y lo que ahora crece exponencialmente es TikTok o Be.Real. Tienen reglas y códigos que no son los de Twitter o Facebook, igual que estas los tienen distintos a la televisión o a los diarios. Lo nuevo, como hemos dicho, atrae tanto como asusta.
El último miedo que genera TikTok es que es un instrumento de dominación en manos chinas. Ocurrió algo similar con la tecnología 5G de la empresa Huawei que aún paga las consecuencias. Este tipo de miedos atávicos siempre me recuerda el que difundió la Iglesia católica respecto a la imprenta. Aunque unas décadas más tarde se volcó en utilizarla para su labor proselitista con el auge de las órdenes de predicadores. Ciertamente, la opacidad china hace que los recelos sean difíciles de disuadir. También hubo quien quiso defender que el covid-19 era un invento chino o que las vacunas llevaban un microchip para controlar a la población. Está bien que seamos celosos de nuestra libertad, pero también que admitamos que la ignorancia es la principal fuente de esclavitud. Lo que nos debería preocupar no es que los menores deambulen por TikTok sino que lo hagan sin el escudo de una sólida formación cultural que les libere de la dominación china, o de otra cualquiera.
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