¿Periodistas o enterradores?
Las hemerotecas se han convertido en veneno de larga duración
Juan Soto Ivars
Escritor y periodista
Hace años se abrió una casa okupa muy distinta a lo que la gente cree que son las casas okupa. Ahí no había punkis, no había fiestas, no había droga. Habían abierto la cerradura de la vieja sede de la Casa de Cádiz, pegada a la Sagrada Família, que llevaba años en desuso. Habían montado un centro de acogida para los sintecho de la ciudad. Un lugar donde dormir a cubierto, comer y retomar impulso para continuar.
Yo me enteré de la existencia de este sitio en mi barrio cuando trascendió en un pequeño digital catalán (no recuerdo cuál) que Lagarder Danciu, conocido activista y promotor de la casa okupa, estaba ayudando al vecino de la puerta contigua, a quien se disponían a subir el alquiler y por tanto a desahuciar. Este hombre, muy anciano, había sido dibujante para Bruguera. Era Enric Pons. Fui corriendo a conocer a Lagarder y a Enric para escribir una pieza y dar a conocer la historia.
Cuando pregunté a Pons por sus nuevos vecinos, y concretamente por Lagarder, él me contestó que había conocido a un santo o un ángel, no estaba convencido si una cosa o la otra. Y esta impresión me dio a mí, entre la paz y la inquietud, porque Lagarder no se parecía a ningún otro individuo de la especie humana que yo hubiera conocido antes. No solo se desvivía por Pons, sino que tenía hospedados en la casa okupa, limpia y regida por la intolerancia total al alcohol o la droga, a un montón de gente que había caído en desgracia económicamente y gracias a Lagarder Danciu había logrado sortear la mendicidad. La filosofía de este hombre no era hospedarlos para siempre. Era dar a los desposeídos un respiro y ayudarlos a continuar. Y lo lograba.
Lo siguiente que supe es que un joven marroquí al que tenía acogido acusaba a Lagarder de violación. Durante dos años, las noticias publicadas en una prensa que no acostumbra a tomar las simples acusaciones como posibles mentiras iban en ese sentido, y crearon un monstruo. Pero la justicia ha dado finalmente la razón a Lagarder: fue acusado en falso porque el denunciante, con quien tenía un romance, era musulmán y temía que se descubriera su homosexualidad
Se diría que la absolución es un final feliz si no fuera porque las hemerotecas se han convertido en veneno de larga duración. Hay medios que esta semana daban la noticia manteniendo la palabra 'víctima' para el denunciante, cuando se ha demostrado que la víctima ha sido Lagarder. ¿Somos periodistas o enterradores de inocentes?
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