Ada Colau es otra
La alcaldesa de hoy no es la misma que la de 2015. Muy pronto abandonó la idea de formular una Barcelona alternativa
Jordi Mercader
Periodista.
Ada Colau ganó por sorpresa las primeras elecciones y perdió las segundas ante ERC. Y en los dos casos alcanzó la alcaldía. La alcaldesa comenzó proclamando soberanías municipales para descubrir que tan solo eran competencias; luego, constató que las empresas concesionarias no eran molinos sino gigantes; posteriormente se ha enzarzado en la discusión sobre el sentido actual del legado de Cerdà; y, finalmente, ha tropezado en los problemas tradicionales de toda ciudad, la limpieza y la seguridad. Sin embargo, a pesar de los vaticinios agoreros de los muchos y movilizados adversarios de Colau, Barcelona sigue ahí, como la puerta de Alcalá, viendo pasar el tiempo, superando crisis económicas, digiriendo proyectos complejos y sintiéndose banco de pruebas de la batalla local ante las emergencias planetarias.
El hecho de que la gestión de Colau detente con el 50,4% el récord histórico de contrariedad popular no debería confundirse como profecía de ningún resultado electoral. El renacido Xavier Trias se presentó en 2015 a la reelección con unos porcentajes de apoyo excelentes (un 52%) que no le sirvieron para ganar. Ayudaría a este fracaso la pésima orientación de su campaña, promocionando a la emergente Colau como peligro ciudadano para negar protagonismo al PSC. Pero todo es susceptible de contagio. Hace unos días, la alcaldesa Colau emuló aquella estrategia sentándose a la misma mesa que Trias para anunciar que el candidato de Junts es su máximo rival, en un intento de apartar del centro de la batalla a PSC y ERC.
No habrá que esperar demasiado para conocer el veredicto de las urnas de esta maniobra de la vieja política y sobre la eterna controversia entre la capacidad de percepción de los encuestados y el triunfalismo oficial de la realidad. Lo evidente es que la Colau de hoy no es la misma que la de 2015. Muy pronto abandonó la idea de formular una Barcelona alternativa, de hecho, el modelo de ciudad es la última de las preocupaciones de los barceloneses según el barómetro municipal, con un 0,8%. En su lugar, la alcaldesa ha optado por interpretar 'a la barcelonesa' los múltiples retos que implica la amenaza climática, porque aquí se siente mucho más cómoda. El consenso obtenido es variable. Ningún nuevo ayuntamiento recortará un metro de carril bici, pero no sorprenderá que las 'superilles' pierdan perímetro y se desmantelen ciertas experiencias de urbanismo táctico.
El balance de Colau es discutible como todos los balances, en todo caso es perfectamente defendible (y criticable) en una campaña electoral. La alcaldesa tiene mucho más difícil de contrarrestar la escasa empatía exhibida por buena parte de su equipo con muchos de los actores económicos y sociales de la ciudad, más allá de los señalados como “los poderosos”, naturalmente. Diríase que Colau no ha podido evitar que la Iniciativa de siempre se apoderase del ayuntamiento para gobernar y contentar ideológicamente al entorno digital de los 'comuns'. Habrá que ver si esto da para salvar la alcaldía.
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