Entre la libertad y el patinaje
Los seis meses que se otorgan las administraciones van a permitir evaluar con detalle y solvencia técnica riesgos, efectos y alternativas al uso del patinete
Alejandro Giménez Imirizaldu
Arquitecto por la ETSAB, profesor de urbanismo de la Universitat Politècnica e investigador del Laboratori d’Urbanisme de Barcelona.
El número de patinetes y otros ingenios eléctricos que circulan por Barcelona crece a ritmo tropical. Se ha cuadruplicado en tres años: de 10.000 a 40.000. Lo que empezó como un juguete simpático empieza a cosechar rechazos y afectos más polarizados. -Es eficiente, pesa muy poco comparado con una moto, no digamos un coche. Convive bien con la bici. No ocupa espacio público de aparcamiento y no echa humo, recuerdan sus defensores. -No contaminarán aquí, pero la electricidad tampoco es de coste ecológico cero. El litio de la batería es el nuevo petróleo y ya veremos lo que dura. No pedalean ni se mueven, no se les ve venir, se deslizan como espectros, dan sustos de muerte y causan el triple de accidentes, argumentan los detractores.
Otra de sus ventajas era un buen encaje en el transporte público. La intermodalidad, la diversidad de oferta, integración de títulos, inclusividad y rebajas en las tarifas encontraban en el pequeño comodín eléctrico un aliado perfecto. Hasta que ardió. Los bomberos apagaron más de 20 incendios provocados por el sobrecalentamiento de la batería de un patinete el año pasado. Cuando ocurrió en un tren, en noviembre, saltó la alarma: el fuego químico es particularmente tóxico y difícil de controlar. Por eso hay que entender y acatar la medida cautelar que desde la Autoridad Metropolitana del Transporte, con el apoyo del Ayuntamiento de Barcelona y la AMB, llega hoy, y no confundir la libertad con el patinaje. Los seis meses que se otorgan las administraciones van a permitir evaluar con detalle y solvencia técnica riesgos, efectos y alternativas.
La prohibición invita a imaginar dos escenarios a corto plazo: una perfecta obediencia indicaría que el perfil de usuario afectado por la medida no es particularmente abundante ni ruidoso. O que existen alternativas. La desobediencia daría pistas de lo contrario, patinetes de contrabando en la pernera, la bolsa o bajo la gabardina y sanciones. También caben dos escenarios a largo plazo: una mutación hacia máquinas cada vez más tochas y trucadas, con mayor autonomía. El problema vendrá si los cuasimotos operan sobre una red metropolitana de carril bici que ofrece margen de mejora en su diseño, señalización, continuidad y alcance, conviviendo con usuarios más frágiles. Es decir, más accidentes. Dos: una evolución hacia ruedas y motores más pequeños e integrados. ¿En las bambas? Se especula en medios deportivos sobre ciclistas de élite que habrían sumado ayuda eléctrica a la EPO. Hecha la ley, hecho el micromotor.
Podría usarse la coyuntura para reivindicar rodamientos libres: patines, patinetes y monopatines en sus infinitas variantes deportivas, a cual más guay. Y aprovechar para animar a los viajeros de cercanías penalizados por la medida a que den una oportunidad a los pedales: la velocidad cambia poco y la salud mucho. Tras unos días de adaptación, sus colegas y amistades aplaudirán el buen humor que aporta el ejercicio. Sus amores y amantes celebrarán la recobrada turgencia de esos glúteos.
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