Asalto a las instituciones

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Brasil salva su democracia

El Estado de derecho ha resistido de nuevo un reto de sus enemigos. Pero tras cada desafío, los fanáticos ahondan las heridas y divisiones

Seguidores del expresidente brasileño Jair Bolsonaro invadieron este domingo el Palacio de Planalto, sede del Ejecutivo, en Brasilia.

Seguidores del expresidente brasileño Jair Bolsonaro invadieron este domingo el Palacio de Planalto, sede del Ejecutivo, en Brasilia.

El poder de contagio del modelo acuñado por Donald Trump quedó plenamente de manifiesto el domingo en Brasilia cuando una multitud de fanáticos seguidores de Jair Bolsonaro asaltó las sedes de los tres poderes del Estado. Como el 6 de enero de 2021 en Washington, la repetición insistente de un discurso deslegitimizador de la victoria electoral de Luiz Inácio 'Lula' da Silva en octubre activó una masa enardecida, que en este caso exigía un golpe militar que lleve a Jair Bolsonaro de vuelta a la presidencia. A diferencia de lo vivido en EEUU hace dos años, el principal incitador se ha lavado más ostensiblemente las manos. Pero también, en contraste con lo sucedido en el Capitolio, los asaltantes se han beneficiado de la pasividad, cuando no la connivencia, de las dos máximas autoridades del distrito federal: el gobernador y su secretario de Seguridad. Ingredientes todos propios de un atentado contra las instituciones democráticas cuyos responsables -más allá del millar largo de los asaltantes detenidos- deberán concretar la justicia y la comisión parlamentaria de investigación que ya reclaman diferentes partidos.

Una vez más, se han hecho visibles la vulnerabilidad de la democracia y la agresividad de la extrema derecha cuando cree que las urnas no bastan para garantizar su control de los instrumentos del Estado. Algo especialmente preocupante cuando el país en el que se desarrollan los acontecimientos es la primera potencia económica de América del Sur, el Estado más poblado y también el escenario de desigualdades lacerantes, con una estructura social especialmente propicia para que prosperen la demagogia populista y el descontento de las élites que desde hace generaciones tienen todos los resortes del poder en sus manos. Precisamente por esa singularidad y dimensiones de Brasil, cuanto allí sucede afecta e influye en el resto del continente, que vive una nueva ola de gobiernos progresistas y la manifiesta incomodidad de algunos sectores económicos específicos -el agroalimentario y el extractivo, en especial-, acostumbrados a sacar el máximo beneficio de sociedades extremadamente duales.

El magisterio tóxico de Trump ha envalentonado a cuantos ven en la democracia un obstáculo para sus designios y en el expresidente, el faro y la guía para violentar el Estado de derecho. Pero este también ha resistido aquí, con un ejemplo de unidad institucional (la nota conjunta contra cualquier intentona antidemocrática de todos los poderes del Estado, presidencia, poder judicial y los presidentes de las dos cámaras legislativas) que ha incluido a representantes destacados del bolsonarismo con una claridad que contrasta con las connivencias del Partido Republicano. Cada embate, no obstante, deja una cicatriz en el sistema. Que, en el caso de Brasil, condicionará la presidencia de Lula, sin mayoría en el Parlamento, al frente de una alianza variopinta de partidos y con los estados más prósperos gobernados por políticos de la extrema derecha.

Los apoyos a Lula manifestados por Estados Unidos, por las democracias latinoamericanas, por la Unión Europea y por cada uno de sus socios son un respaldo necesario para afianzar su inicio de mandato, pero no deben inducir a error: su regreso al puente de mando lo hace en un contexto de enfrentamiento social y arraigo del mensaje ultra inexistentes durante sus dos mandatos anteriores. Entonces, el júbilo de las victorias no encontró oposición en la calle; ahora, frente a las reformas sociales prometidas es una incógnita saber si el bolsonarismo movilizado quedará irremisiblemente desautorizado por la bochornosa jornada ante parte de sus mismas bases (y el precedente de EEUU no es esperanzador), o si seguirá siendo una amenaza de futuro espoleado por un líder que mantuvo hasta el final el apoyo a las acampadas ante los cuarteles.