Pinacotecas en la encrucijada
Editorial

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Revisiones en los museos

Los centros culturales afrontan la necesidad y la exigencia de replantearse la procedencia de sus fondos y los mecenazgos según los nuevos valores sociales

louvre

louvre / JEAN-SEBASTIEN EVRARD

El universo del arte y, concretamente, el mundo de los museos, experimenta desde hace años un replanteamiento que no solo tiene que ver con su mantenimiento estructural, sino con la propia esencia de sus fondos y con la política de exhibición que llevan a cabo. A lo largo de los tiempos, desde que el museo se consolidó como un espacio no solo de acumulación artística y de conservación, desde las iniciales iniciativas de mecenazgo en el Renacimiento hasta las colecciones privadas del siglo XVI, llegando a la culminación en época moderna de museos estatales, como el Museo Británico o el Louvre, el concepto ha ido cambiando, contando también con la presencia de notables iniciativas particulares. En la actualidad, con la irrupción de nuevos planteamientos o revisiones, de acuerdo con el devenir de la historia que exige no solo mostrar el patrimonio artístico, sino cuestionar tanto su procedencia como la pervivencia de la institución en función de criterios de moralidad pública, muchas de estas entidades se enfrentan a momentos críticos, en el sentido de tener que replantearse la vigencia de sus valores o una reflexión sobre el mecenazgo. La instrumentalización política, económica y moral del arte demanda un replanteamiento exhaustivo. La famosa sentencia pronunciada por Harry Lime en 'El tercer hombre' («La crueldad y los horrores de Florencia crearon el arte del Renacimiento; siglos de democracia en Suiza produjeron el reloj de cuco») merece una relectura a ojos de una contemporaneidad con criterios éticos distintos.

El reportaje que publica EL PERIÓDICO incide en todos estos aspectos, empezando por el de las aportaciones privadas que, por su dudosa moralidad, afectan negativamente a la imagen de determinados museos, como el Museo Británico o el Victoria & Albert, de Londres, que han roto relaciones y han renunciado (quizá tardíamente) al mecenazgo de Perdue Pharma, la empresa de la familia Sackler responsable de centenares de miles de muertos a causa de la dependencia provocada por las pastillas OxyContin. En este mismo saco cabe destacar, por ejemplo, la repulsa a los apadrinamientos de instituciones británicas a cargo de magnates rusos y otras donaciones teóricamente altruistas pero de una dudosa procedencia ética (desde los planteamientos políticos a los medioambientales) que, a raíz de las protestas de la opinión pública, han cesado.

En otro orden de cosas, cada día se extiende más la necesidad de una revisión de la procedencia de los fondos, producto, muchos de ellos, de invasiones, saqueos o robos procedentes de episodios históricos, como es el caso de las obras incautadas por los nazis o por el franquismo. Es el caso de El Prado, sin ir más lejos, que ha detectado 62 piezas que fueron decomisadas y que corresponden a unos dueños legítimos. O el conocido contencioso de los mármoles de Egin, procedentes del Partenón ateniense, que fueron a parar al Museo Británico en la época de esplendor del Imperio británico, y que las autoridades griegas siguen reclamando. O el de los bronces de Benín o las joyas del Antiguo Egipto.

La revisión del concepto museístico (como espacio de conocimiento y divulgación) tiene también su vertiente de género. Recomponer la historia del arte en función de una presencia femenina olvidada y menospreciada durante milenios es una responsabilidad acuciante de los gestores, en la línea que El Prado ha diseñado con un itinerario que destaca la importancia de la mujer como artista y como mecenas.