Encontrar el sentido a la vida

La Generalitat de Catalunya ha hecho una encuesta a 267.000 “adolescentes” de entre 10 y 18 años. Esta concluye que un 8,8% de los chicos y chicas afirman tener ganas de morirse. Tenemos que presuponer que la herramienta no inducía ningún tipo de respuesta que por la edad de los encuestados podría facilitar posiciones radicales. Desde las instituciones educativas nos sentimos interpelados a reflexionar sobre este sentimiento y a pensar soluciones.

¿Qué puede favorecer este menosprecio a la propia vida? En primer lugar, pensamos en el materialismo dominante, en el deseo de tener, de poseer, alejado de una inquietud por el ser. Los inputs que se reciben por todo tipo de medios y también en la inquietud de los adultos asocian la felicidad al placer, al disfrutar de elementos materiales o la realización de actividades concretas. El estatus entre compañeros se logra por la supuesta calidad asociada a las marcas de los elementos de los que se dispone. El goce se obtiene al poder ir a determinado lugar o acontecimiento. El éxito en cualquier relación competitiva aporta satisfacción.

Los referentes lo son también por el reconocimiento obtenido, por el éxito social. Los 'likes' de los compañeros en las redes sociales, el modelo de deportista que triunfa y tiene dinero, el artista deseado por los seguidores que tiene, los 'influencers' son los modelos admirados. ¿Qué propuestas positivas, de compromiso social y voluntario, con atractivo por ellas mismas, reciben los jóvenes de hoy?

¿Con qué nivel de tolerancia a la frustración los hemos educado? Asimilar de pequeños que hay que compartir, que cuando la familia dice ‘no’ quiere decir ‘no’ y es ‘no’, es un hábito que si se tiene que adquirir de más grandes puede ser mucho más frustrante. Sumar esta renuncia no querida en un periodo vital, la adolescencia, repleto de inseguridad y deseo de afirmarse, bien seguro desestabiliza a la chica o el chico.

El canal de exclusión de los iguales y alejado de la supervisión del adulto que suponen las redes sociales amplifica los condicionantes sociales de los compañeros. Eres aceptado o quedas excluido. La afirmación del líder del grupo lo puede ser en contraposición del débil. El 'bullying', los maltratos, quedan encubiertos y la víctima lo sufre sola, con miedo a compartirlo, por no ver incrementada la presión negativa sobre él mismo.

Ante estos modelos omnipresentes, los educadores y educadoras próximos, empezando por la familia, tienen que conseguir aportar testimonios alternativos de vida y reflexión que sean atractivos para los jóvenes y adolescentes y plantear propuestas positivas, de compromiso social y voluntario, con atractivo por ellas mismas.

No hay un fármaco o antídoto contra la baja autoestima, exceptuando si hay una patología mental. Solo la educación responsable de la familia, de maestras y profesores, desde muy pequeños, el fijar límites, estar atento y disponible lo ayudarán a confiar en momentos complejos. Favorecer prácticas educativas como el deporte, el ‘esplai’ o el ‘escoltismo’, el ocio educativo, el arte, hacen posible tener redes sociales diversas, actividades con sentido, autoestima suficiente en aquella actividad donde se encuentra a gusto. Escucharlos, sabernos abiertos, favorecer que encuentren referentes positivos ayudará a los adolescentes a encontrar un sentido a sus vidas.