Un sofá en el césped

Decíamos ayer

Lewandowski se protege del sol durante el derbi contra el Espanyol en el Camp Nou.

Lewandowski se protege del sol durante el derbi contra el Espanyol en el Camp Nou. / Jordi Cotrina

Josep Maria Fonalleras

Josep Maria Fonalleras

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Parece que no lo dijo (o al menos hay dudas razonables sobre la frase pronunciada en la Universidad de Salamanca), pero lo cierto es que ha pasado a la historia como ejemplo de continuidad a pesar de las dificultades y los avatares del destino. Cuando regresó de la cárcel, a la que había ido a parar por denuncias de la Inquisición, cuatro años después de su última clase, Fray Luis de León entró en el aula de Teología y empezó así: "Decíamos ayer". Como si no hubiera pasado nada.

Algo así nos ha ocurrido a todos después del paréntesis catarí, tras mes y medio de sequía liguera y aún bajo las alucinaciones del espejismo llamado Mundial. Volvemos a lo de ayer que, en el caso del Barça se concreta en un adiós a Piqué que parece que ocurrió hace un siglo. Volvemos a lo de ayer (a primeros de noviembre) con las mismas carencias, las mismas dudas e idéntica sensación de estar ahí sin estar, de ocupar el liderato pero con lo puesto, sin demasiadas alegrías y con carencias que nos barraron el paso en la Champions y que ante el Espanyol se mostraron en toda su crueldad. 

Empate misérrimo

La cautelar permitió que Lewandowski figurara en la alineación, pero lo que no pudo prever el juzgado del Contencioso es que el delantero polaco jugara, que eso no lo decide un juez, sino el propio futbolista, que está para el asunto o no está. Estuvo en el temprano gol del Barça, esa especie de billar a tres bandas navideño en que las cabezas de los azulgranas bailaron el minué ante la mirada estática de los pericos. Pero poco más. Y Lewandowski, tarde o temprano, cumplirá la sanción, con lo cual la maniobra destinada a evitar males irreparables se demuestra como un brindis al sol. Y, encima, sin evitar los irreparables males de un empate misérrimo. 

Le expulsó Gil Manzano por tocarse la nariz (que ya son ganas de expulsar) y, temiendo que iba a perder el trono de los árbitros desquiciados, Mateu Lahoz, en ese último día del año, soleado, a la hora de la comida y con la mente en la cena y las uvas, no quiso ser menos y protagonizó un auténtico entremés humorístico que no se convirtió por los pelos en fantochada surrealista. No se atrevió a enseñar amarilla al jugador del Espanyol a quien había borrado la roja directa, porque de hacerlo (se la merecía después de dar con la cabeza de Lewandowski en el césped) habría significado la segunda. Es decir, la perdonaba la expulsión para volver a expulsarlo a los pocos segundos. Creo que Mateu Lahoz ahí tuvo un ataque de lucidez. 

Todo igual, pero sin Piqué

Será que no estamos acostumbrados a jugar en estas fechas (y menos pocas horas antes de las campanadas) o será que la modorra de Qatar y de las comidas de estos días se apoderaron del ambiente, será el tópico que mejor se adecue a la situación, pero lo que es cierto, es palpable y comprobable es que el Barça se durmió, como si el partido no fuera con él, como si el sopor de las tardes de diciembre fuera una losa colectiva de la que casi nadie pudo zafarse. Cuesta imaginarse un 23 peor, deportivamente, que el 22, pero ahí está el asunto. Decíamos ayer. Todo sigue igual, pero sin Piqué. 

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