La espiral de la libreta

Uvas, campanadas, cuñadismo hipertenso

Según el barómetro del CIS, el 57,4% de los españoles acude a alguna celebración de Fin de Año

Archivo - Fuegos artificiales celebran la llegada del año 2022 en las Campanadas de Nochevieja, en la Puerta del Sol, a 31 de diciembre de 2021, en Madrid, (España). El Ayuntamiento de Madrid ha reducido a 7.000 personas el aforo en la Puerta del Sol para

Archivo - Fuegos artificiales celebran la llegada del año 2022 en las Campanadas de Nochevieja, en la Puerta del Sol, a 31 de diciembre de 2021, en Madrid, (España). El Ayuntamiento de Madrid ha reducido a 7.000 personas el aforo en la Puerta del Sol para / Jesús Hellín - Europa Press - Archivo

Olga Merino

Olga Merino

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Empacho de festejos, sobremesas y cuñadismo del que eleva la hipertensión. Cada vez que abro la nevera, desde un táper, los langostinos sobrevivientes me miran con ojos y bigotes bizcos, ‘hello, Dolly’. Y aún queda por celebrar la llegada de 2023 y de sus majestades de Oriente. Leo en el barómetro de diciembre del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) que la mayoría de los españoles (el 57,4%) asiste a alguna celebración o fiesta de Fin de Año, si bien el sondeo no destripa el denuedo con que se acude a esos cotillones y saraos familiares. En esta ocasión, me sumo al 42,3% restante.

Tras un 2022 atómico en trajines, no tengo el cuerpo para sombreritos y matasuegras, sino un temple que pide sofá, peli, horas de lectura por delante, como una lechuza insomne, un buen vino, uvas despepitadas y sin hollejo, y algún deseo formulado entre susurros, como que el año chino del conejo no traiga otra variante del maldito virus. Calma, pelota al suelo, ommmmm.

NUEVA YORK, 1939

Apuro las últimas horas del año rastrillando en los diarios de grandes escritores cómo se las componen cuando llegan las campanadas. Curiosamente, se abren grandes vacíos y lagunas en sus cuadernos en cuanto se aproximan las fiestas Navideñas, un salto de mediados de diciembre a enero, un agujero negro succionador. A unos pocos, el desparrame suele sorprenderlos trabajando, como a Gil de Biedma o a Rafael Chirbes. El ánimo de Anaïs Nin, de talante muy salidor, oscila según el año; en 1939, en Nueva York, anota: «Gran tristeza anoche cuando oí desde mi cama la celebración del Año Nuevo por las calles». Le molestan la excitación y las prisas; en cambio, en 1944, se extasía en Harlem con una Nochevieja de baile, alegría y humanidad.

ANTIOQUIA, 1993

Me he reído con ‘Lo que fue presente. (Diarios 1985-2006)’, del colombiano Héctor Abad Faciolince, cuando en la Nochevieja de 1993 se le juntan en la hacienda de La Inés, en el departamento de Antioquia, la familia propia y la política, además de visitas sobrevenidas. Parranda, ron, vallenatos a todo trapo y la obligación del poner buena cara. El escritor logra refugiarse en su cuarto, pero al instante irrumpe la suegra, achispada, a comerle la cabeza.

A las 2.30h de madrugada, Patricia Highsmith celebra en su diario el estreno de 1947. Brinda «por todos los demonios, lujurias, pasiones, codicias, envidias, odios, extraños deseos, enemigos espectrales y reales, el ejército de recuerdos con los que batallo; ojalá nunca me den tregua». A su manera, la más misántropa de las escritoras alza la copa por lo que celebramos la mayoría: la maravilla de seguir en la batalla.   

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