Artículo de Ruth Ferrero-Turrión

Tensar la cuerda en Kosovo

Lo que se observa estos días sobre el terreno son esencialmente maniobras políticas por ambas partes con la intención de medir las capacidades del contrario en la mesa de negociación

Manifestantes serbokosovares portan una bandera de Serbia gigante en una protesta contra el Gobierno en Rudare, Kosovo.

Manifestantes serbokosovares portan una bandera de Serbia gigante en una protesta contra el Gobierno en Rudare, Kosovo. / MIODRAG DRASKIC / REUTERS

Ruth Ferrero-Turrión

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Las últimas semanas de este año vienen cargadas de tensión balcánica. Desde agosto se ha ido observando un recrudecimiento de los enfrentamientos entre Pristina y Belgrado focalizados en la parte norte de Kosovo. Las tensiones ente las partes han sido recurrentes desde la declaración de independencia de Kosovo. La más reciente comenzó en verano con la crisis de las matrículas que fue tomando cada vez más fuerza y que finalmente desembocó en la dimisión en noviembre de los representantes serbokosovares del Parlamento, el poder judicial y la policía, y de los cuatro alcaldes de los municipios de mayoría serbia. Los hechos de los últimos días tienen que ver precisamente con la convocatoria de elecciones en esos municipios ya que los serbokosovares se niegan a participar en ellas hasta que el Gobierno de Pristina aplique el acuerdo auspiciado por la UE en 2013 que les concede una mayor autonomía local. Por supuesto, Pristina se niega bajo la alegación de que esto favorecería la injerencia Serbia en la zona. Hasta aquí los hechos.

Desde el año 2011, cuando se lanzó el Diálogo Pristina-Serbia impulsado por la UE, las conversaciones han sido constantes entre las partes, con momentos de mayor intensidad y otros de estancamiento. Sin embargo, la situación actual difiere de los anteriores debido a que ahora hay una propuesta de normalización, un plan lanzado por Francia y Alemania con el apoyo de la UE, de la OTAN, de EEUU y del Reino Unido y que establece una hoja de ruta de los pasos a seguir para poder alcanzar un acuerdo entre las partes. Este plan tiene como objetivo alcanzar un acuerdo de normalización durante la primavera de 2023. El motivo de tal optimismo se debe a que es la primera vez que las agendas políticas europea y norteamericana se encuentran alineadas y trabajan de manera conjunta en el dosier, además de que parece que ambas partes se encuentran dispuestas a sentarse a hablar, algo que es, en sí mismo, un avance.

Por tanto, lo que se observa estos días sobre el terreno son esencialmente maniobras políticas por ambas partes con la intención de medir las capacidades del contrario en la mesa de negociación. Serbia, por el momento, es el que mejor está jugando sus cartas. Muestra al mismo tiempo su capacidad desestabilizadora en la región, así como la incapacidad de Pristina de controlar su propio territorio. Además, se muestra como el defensor de la legalidad y apela a la OTAN como garante de la estabilidad. Kosovo, por su parte, incorpora la baza rusa en el juego, alegando los lazos de Belgrado con Moscú, y presentando su candidatura a la UE asimilando su posición a la de Ucrania, algo no demasiado bien visto por los países no reconocedores, uno de ellos, por cierto, España.

Desde luego una de las noticias del próximo año sería que se lograse alcanzar un acuerdo entre Kosovo y Serbia que desatascara una situación que ya dura demasiados años. La cuestión es si realmente las elites políticas de estos territorios están dispuestas a favorecerlo o si, por el contrario, van a continuar tensando la cuerda y azuzando el enfrentamiento con el único objetivo de mantenerse en el poder.

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