Artículo de Gemma Altell

Los falsos debates sobre las violencias sexuales

En el caso de la discoteca Waka, una vez más nos encontramos ante la doble moral del juicio y del juicio social: al chico estar (quizás) embriagado le sirve de eximente para justificar la situación, pero a la chica, de agravante

Exterior de la discoteca Waka de Sabadell.

Exterior de la discoteca Waka de Sabadell. / Jordi Otix

Gemma Altell

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Hace unos días tuvimos conocimiento de una situación de violencia sexual en la discoteca Waka. La lectura inicial: una práctica sexual en la pista de baile de la discoteca Waka donde nadie interviene y además es grabada con signos evidentes de embriaguez. Desgraciadamente, una vez más, el debate sobre los hechos ocurridos pone el foco en el sitio erróneo. Una vez más vuelve a ser -este debate- un síntoma de cómo opera el sistema patriarcal en nuestras percepciones, actitudes y construcciones sobre la realidad.

El debate mediático y social ha estado centrado en si la situación de embriaguez de la chica venía producida por si le habían puesto alguna sustancia en la bebida o si ella se había embriagado voluntariamente. El planteamiento es absolutamente estéril. ¿Podemos observar el trasfondo moral y estigmatizador en este dilema? ¿Queremos decir que si una chica (de 16 años o de cualquier edad) decide beber alcohol una noche de fiesta debemos señalarla por su comportamiento sexual o merece todo lo que le pueda pasar? ¿Entendemos que consumir sustancias voluntariamente legitima el escarnio público o solo en el caso de las mujeres? ¿Solo la consideraremos víctima de esta violencia machista cuando podamos asegurar su 'pureza' en relación al uso de sustancias y al sexo? Diferenciar entre vulnerabilidad química -aprovechar que una chica está bajo los efectos de algún tóxico- para agredirla o sumisión química- embriagar voluntariamente a una chica para agredirla- tiene que ver con el 'modus operandi' pero no con la consideración de si es una violencia sexual.

Por el contrario, de lo que si deberíamos estar hablando es de cómo el consentimiento debería ser el concepto central que diferencia una relación sexual voluntaria de una violencia sexual. Una mujer (en este caso chica) que está en situación de embriaguez no puede dar su consentimiento a ninguna práctica sexual porque no está en condiciones de hacerlo, por tanto no hay ninguna duda de que este hecho ya la convierte en una violencia sexual. No nos perdamos en si ha sido forzada a través de la violencia física a hacerlo o inducida mediante bromas o juegos; la embriaguez no permite calibrar lo que supone exponerse a una práctica sexual en un espacio público.

La violencia sexual ejercida en este caso -más allá de la investigación en curso sobre el chico en cuestión- y como ya apuntaba yo misma en un artículo hace unas semanas, tiene que ver con señalar a todos aquellos que con sus acciones no ponen un límite a lo que están viendo o incluso hacen de correa de transmisión. Todos aquellos testigos que no se sienten interpelados ante el visionado de una chica realizando una práctica sexual, en público, en estado de vulnerabilidad. Aquellos que deciden no 'leer' esta vulnerabilidad y se suman a la estructura patriarcal que se acciona para reforzar el mensaje que apuntábamos un poco más arriba: si transgrede una norma de género y bebe, merece la 'violencia correctiva'. Una vez más podemos encontrarnos ante la doble moral del juicio y del juicio social: al chico estar (quizás) embriagado le sirve de eximente para justificar la situación, pero a la chica, de agravante.

Todos aquellos que ante la situación deciden no hacer nada, o grabar las imágenes o viralizarlas: amigos/as, público de la discoteca, personas que reciben los vídeos, etcétera, están participando y son perpetradores de violencias sexuales como el 'sexspreading' (difusión de imágenes sexuales sin consentimiento).

Ahora bien, sin duda alguna, si alguien debe responder y responsabilizarse de los hechos es la discoteca y sus responsables. Y aquí me pregunto cuánto negocio hay detrás de mirar hacia otro lado en determinados locales de ocio nocturno ante las violencias sexuales. Digámoslo claro, actualmente muchas discotecas no son un lugar seguro para las mujeres y personas de género no normativo. La cosificación e instrumentalización de las chicas y mujeres como reclamo ha llegado a extremos que no deberían ser aceptables. Por eso, y sabiendo que será necesaria todavía una investigación profunda, la cultura de la accesibilidad sexual de las chicas cuando beben opera de forma estructural en algunos -si no muchos- locales de ocio nocturno de nuestro alrededor. ¿Para cuándo arremangarnos políticamente con esta cuestión?

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