APUNTE

"Ni en pedo vamos a la Rosada"

Leo Messi en las celebraciones de la Copa del Mundo, en la rua de Buenos Aires

Leo Messi en las celebraciones de la Copa del Mundo, en la rua de Buenos Aires / TOMAS CUESTA / AFP

Emilio Pérez de Rozas

Emilio Pérez de Rozas

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Hemos vivido, al menos yo, el curioso y polémico Mundial de Qatar metidos en la vida de Argentina. Yo veía los partidos de la albiceleste conectado a las emisoras argentinas y así escuchaba las locuras que decían en Radio Rivadavia y Radio Mitre, la más oída en ese país donde, por cierto, llegaron a llamar «señor ladrón» a Mateu Lahoz.

Y, claro, si uno vive el Mundial y lo gana acompañado, enganchado, a 47 millones de admiradores de Leo Andrés Messi Cuccittini, la cuerda, la historia, la resaca, da para mucho. Para tanto como para imaginar (todos sabíamos que iba a ocurrir algo así, menos los desnortados dirigentes y políticos argentinos, claro) que incluso la celebración, la fiesta, la rúa, iba a ser un auténtico desastre. Y no hubo muertos porque Dios, el auténtico, no quiso.

Leo, todopoderoso

Todos sabemos porque también tenemos cierta experiencia, historias y vivencias sobre ello, que todo el campeonato, toda la gesta, toda la heroica, giró, única y exclusivamente, alrededor de Messi. Todo. E, incluso, repito, viviendo intensamente ‘a la argentina’, que es como ha calificado todo el mundo esta gran conquista, nos hemos percatado de la transformación de la gran estrella argentina.

Los relatores argentinos de esta gran conquista, los biógrafos de la tercera estrella en la camiseta de Diego Armando Maradona, que ya es la de Messi, los historiadores del balón en el país de la locura, cuentan que ‘La Pulga’ no solo manejó el tiempo sobre el césped sino que lo orquestó todo. No solo dando siempre la cara por los suyos (fue el primero que pidió un micrófono y una cámara en la zona mixta tras perder ante Arabia Saudí para decir «crean en nosotros, esto lo vamos a sacar») y, tal vez, cambiando la alineación del segundo encuentro para pedir a los jugones que mejor se compenetraban con él y su juego, sino imponiendo el criterio con el que se iba a celebrar, a festejar, a pasear, a cantar y gritar, por las calles de Buenos Aires, la conquista.

Ese ‘nuevo’ Messi, que tuvo, cuentan, sus charlas privadas a lo largo del mes de concentración en la Universidad de Qatar durante el Mundial, con amigos íntimos y hasta un puñado de periodistas cómplices, silenciosos, de esos que saben guardar mil secretos, fue quien se negó a que la primera parada de la caravana de la gloria arrancase en la Casa Rosada, sede del gobierno que lideran, por decir algo, Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner.

Pues eso, ni locos

Cuando el propio presidente de la nación le dijo a Claudio Fabián Tapia, presidente de la AFA (Asociación de Fútbol Argentina), que lo tenían todo listo «ganen o pierdan la final» para ser recibidos en la Casa Rosada, ‘Chiqui’, como conocen todos a Tapia, le dijo a Alberto Fernández «no le garantizo nada, presidente, yo haré lo que me diga el enano». El ‘enano’ es como Tapia llama, cariñosamente, a Messi.

Y cuando Tapia le insinuó a Leo cómo quería el presidente de la nación que empezase la fiesta, Messi fue contundente, corto y al pie: «Ni en pedo vamos a la Rosada». ‘Ni en pedo’ es una expresión coloquial (viene a ser algo así como "ni borrachos", "ni locos") para hacer referencia a algo que nunca pasará, ni por remota casualidad. Las razones por las cuales ese algo no sucederá pueden ser muchas: falta de ganas, miedo, asco, riesgo, etc.

Y no fueron a la Casa Rosada. Bueno, en realidad, no fueron a ningún sitio. Los vieron a todos desde el cielo, que era donde los había situado toda Argentina.

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