GOLPE FRANCO

Envidia del pañuelo que una vez secó tu llanto

Leo Messi, con su familia, tras ganar el Mundial.

Leo Messi, con su familia, tras ganar el Mundial. / Jean Catuffe / AFP7 / EUROPA PRESS

Juan Cruz

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Soy del Barça, padezco un mal incurable del que poco se habla y que afecta por igual a los aficionados viejos y a los nuevos aficionados. En la época más contemporánea ese mal nació, por ejemplo, de lo que hacía Evaristo en el Madrid después de haber sido el héroe del plonyon (así lo llamaron los locutores del Barça-Madrid de la semifinal antes del desastre de Berna ante el Benfica) en el campo de Les Corts. No recuerdo las circunstancias de aquel traspaso, pero no importa. Lo que me preocupaba a mi (y todos los aficionados somos calco de los otros) es que triunfara marcando goles contra nuestro propio equipo y que, además, triunfara en el club que estaba enfrente. 

Hace tantos años ya de eso… También se fue al Madrid Tejada, un extremo derecho de muchas habilidades, que formaba parte de aquella delantera que se quedó grabada en mi memoria como la vanguardia perfecta, por su juego y por sus nombres propios. Tejada, Kubala, Evaristo, Suárez y Czibor. Esa era una nomenclatura gloriosa cuyos componentes fueron decayendo por un motivo u otro. Suárez se fue al Inter, atraído por su protector Helenio Herrera (y por el dinero, cómo no), ya se sabe qué pasó con Evaristo y con Tejada, el club no supo tratar como debía (¿les suena?) a Kubala y, ay, cuántas cosas pasaron con Czibor y, por cierto, con Kocsis, que era frecuentemente su sustituto, igual que lo fue el bueno de Villaverde, el único futbolista de la Liga española que usaba bigote. 

Dolores de cuerpo y alma

Con las bajas y con los traspasos tuve siempre dolores de cuerpo y de alma, pues los males del fútbol recorren todo el cuerpo. Sufrí muchísimo, por supuesto, con la baja de Luis Figo. Después de toda la novela de horror que supuso ese mal mayor de nuestra historia se me ocurrió preguntarle al barcelonista que más he querido entre los modernos más contemporáneos qué pasó realmente. Él me explicó las triquiñuelas con las que había actuado el presidente de entonces, Joan Gaspart, para regatear la situación verdadera y las razones del hartazgo de Figo que, me dijo, no era el verdadero culpable de esta historia. 

Debo decir que desde que supe de esas malandanzas directivas relacionadas con Figo entendí que no debía acusar nunca a los jugadores, o no únicamente, de estas despedidas que tanto dolor solían causarme. Hasta que lo que me dijeron y lo que supe en primera instancia de lo que sucedió con Messi más que con el futbolista con los que me enfurruñé fue con los directivos, con Joan Laporta en particular. Observé sus gestos, y sus regates, mientras duró la crisis y, sobre todo, cuando tuvo lugar el desenlace, cuando el presidente del Barcelona hizo la estatua mientras el futbolista lo miraba para reprocharle, sin nombrarlo, el descuido al que sometió sus propias promesas. 

Y vino el Mundial. Me incliné por los equipos en los que jugaban estrellas del Barça, sobre todo la estrella que es Pedri. Pero España fue decayendo, y decayó también Lewandowski. Me quedó Messi al fin, con quien tanto quisimos. Lo escuché llorar en mi interior, como si aun fuera el que tanto le dio al Barcelona, cuando iban perdiendo los suyos, y luego compartí su alegría, como si aun fuera uno de los nuestros, y también porque soy bastante argentino, por Borges y por Messi, y finalmente lo vi llorar de nuevo, de otra manera, pero con lágrimas del mismo pozo que aquellos que tuvo para decirnos adiós. 

Y sentí envidia, de los franceses, de los argentinos, de los que ahora lo ven jugar dos veces a la semana sabiendo que juega para ellos y no para mi, para nosotros, para los colores que yo mismo deletreaba desde que empezaba a decir Ramallets, Olivella, Rodri… Y me vino a la memoria, y a las lágrimas, aquel bolero: “Tengo envidia del pañuelo/ que una vez secó tu llanto…” 

Envidia, pura envidia, del pañuelo.

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