Invierno duro

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Ucrania, esperando otra escalada

La dimensión militar de la crisis puede ser la que conviene a Estados Unidos, pero la prolongación del conflicto resulta mucho más dañino para Europa

La vida en Bajmut, una de las ciudades ucranianas que más están sufriendo los bombardeos rusos

La vida en Bajmut, una de las ciudades ucranianas que más están sufriendo los bombardeos rusos / SAMEER AL-DOUMY/AFP

Los viajes de Vladímir Putin a Minsk para reunirse con el presidente de Bielorrusia, Aleksandr Lukashenko, y de Volodímir Zelenski a Washington para entrevistarse con Joe Biden y pronunciar un discurso en una sesión conjunta de las dos cámaras del Congreso abonan la impresión de los analistas de que, tras 10 meses de guerra, una nueva escalada es inminente. La promesa pública del presidente ruso de proporcionar al Ejército cuantos medios precise para alcanzar los objetivos prefijados por Moscú y la decisión de Estados Unidos de suministrar baterías de misiles Patriot a Kiev no hacen más que confirmar un nuevo cambio cualitativo en la crisis: el Ejército ucraniano dispondrá en breve de un arma defensiva de última generación para contrarrestar los ataques rusos con misiles y drones; Putin anuncia ataques contra «objetivos legítimos» en respuesta al paso dado por Estados Unidos.

Todo muy lejos de una posible atenuación de la crisis y muy cerca de la advertencia hecha en su día por un alto funcionario del Kremlin al director de la CIA, William J. Burns: Rusia no se rendirá sea cual sea el coste en vidas de su propio Ejército. Teme el Gobierno ucraniano que eso incluya la concentración de efectivos rusos en Bielorrusia y la implicación directa de ese país en la guerra. Maneja el Pentágono el supuesto de un invierno durísimo, con acometidas en el Donbás y permanente destrucción de infraestructuras en todas direcciones. Y se consolida en Europa una afectación directa de su economía, con tensiones internas específicas en la UE por el coste que está teniendo la solidaridad con Ucrania y vaticinios de recesión.

Los discursos oficiales a ambos lados del frente coinciden solo en una cosa: no habrá paz sin victoria. Tal supuesto excluye, de momento, la negociación para un alto el fuego efectivo destinado a evitar a los Veintisiete y a la OTAN una tensión cada vez mayor en su frontera oriental. Porque la mención de los «héroes anónimos de la Guerra Fría» hecha por Zelenski en el Congreso fue algo más que una concesión al auditorio: rescató la vieja rivalidad entre dos concepciones del mundo antagónicas. Sale así reforzada la estrategia estadounidense de confrontación a distancia con Rusia y sale dañada la posibilidad de incorporar a la crisis la impronta europea, más necesaria que nunca para detener al menos la dinámica de una escalada que acrecienta los riesgos a cada día que pasa.

La dimensión estrictamente militar en la gestión de la crisis puede ser la que conviene a Estados Unidos, pero no puede ser en ningún caso la deseada por los gobiernos europeos, comprometidos en ayudar a Ucrania y, al mismo tiempo, con escasa influencia para buscar la mejor forma de evitar que la guerra se prolongue 'sine die'. Todo ello a pesar de que la UE linda al este con Rusia, Bielorrusia y Ucrania, y ese es un patio trasero que inquieta a sus vecinos, más aún cuando es imprevisible qué puede decidir el presidente Lukashenko.

Nada de lo sucedido estos últimos días contribuye a que las partes afronten la situación con realismo, dando incluso por supuesto que parte de la gesticulación pública de los líderes es mera propaganda. Ucrania puede soñar con la victoria, pero debe pensar seriamente en la vía de la negociación, la Casa Blanca precisa restablecer el equilibrio entre deseos y realidad y Europa necesita que se oiga su voz sin complejos para que la guerra no sea una amenaza asfixiante para su seguridad y su economía sin fecha de caducidad.