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De la fisura a la fractura

El presidente del Tribunal Constitucional, Pedro González-Trevijano.

El presidente del Tribunal Constitucional, Pedro González-Trevijano.

Albert Sáez

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Lo fácil es colocarse en una trinchera madrileña y empezar a dar leña al Gobierno de Sánchez o a la oposición de Feijóo. Cada uno tiene parte de responsabilidad en lo que está ocurriendo. También la prensa. Y también los jueces. Y si no fuera porque es una frivolidad, podríamos hablar de golpe de Estado como tantos han hecho en ocasiones incluso menos graves. El origen de este embrollo es el bloqueo en la renovación del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) protagonizado por el PP y ante el cual, Sánchez ha querido utilizar en sucesivas ocasiones la mayoria parlamentaria para deshacerlo. Es responder a una bofetada con un escupitajo. Los antecedentes de esta situación hay que buscarlos en cómo la democracia española ha entendido hasta ahora las mayorías cualificadas, que no ha sido para generar consensos sino para repartir cuotas. De manera que, por ejemplo, el actual presidente del TC, no es un jurista bien visto por los dos partidos que le votaron sino una cuota del PP intercambiada por otra del PSOE. El resultado es un hecho que a ojos de los profanos resulta inédito y sumamente antiestético: el Constitucional ha prohibido a las Cortes que aprueben su propia reforma. Tendrá todas las justificaciones que queramos, pero es inquietante. A cualquiera de nosotros nos podría interesar que no se votara una norma que pensamos que nos perjudica.

España, desde hace un par de décadas, parece inhabilitada para las reformas. Como si todo lo que se pudiera cambiar, se hubiera cambiado en la transición hasta convertirla en inmutable. Esta incapacidad de PP y PSOE, y en su tiempo de CiU, de reformar lo que no funciona por miedo a perder posiciones o privilegios no ha hecho otra cosa que acumular tensiones que han estallado en forma de nuevos partidos. Primero, Podemos y Ciudadanos. Y ahora Podemos y Vox (independentismo aparte donde una suerte de Vox se ha apoderado de Junts). Que no tienen ninguna otra cosa en común, pero que comparten el ser la respuesta a ese inmovilismo. En algunos casos con más espíritu revisionista y revanchista que constructivo. De manera que lo que los politicológos llaman la competencia no se organiza entre PSOE y PP por la moderación centrista sino por el exabrupto extremista. Uno propone nombrar a los miembros del CGPJ por mayoría simple y el otro responde obligándolos por ley a renovar el TC. Uno amaga con una moción de censura y el otro responde con un recurso de amparo. Y eso ocurre mientras la prensa, en lugar de pedir soluciones cabales, alienta la confrontación por un plato de lentejas. Y los jueces se dejan decir de todo a la espera de que les toque el turno. Y así, la fisura puede convertirse en fractura. Esperemos equivocarnos. 

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