Artículo de Ester Oliveras

El valor de un paquete en la puerta de casa

La riqueza que se genera con el comercio presencial beneficia a más agentes, si lo comparamos con el comercio postal en que una sola empresa está acaparando el mayor porcentaje de facturación

Leonard Beard

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Ester Oliveras

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A partir de febrero las empresas de reparto pagarán un impuesto adicional de 1,25% sobre su facturación si esta cifra supera el millón de euros. Afectará a 26 empresas, pero la que más deberá aportar es la que ahora se lleva la mayor parte del pastel: Amazon. El motivo esgrimido por el consistorio para este nuevo impuesto es el impacto medioambiental que tiene en la ciudad. Por un lado, el aumento de residuos que suponen las cajas de cartón y rellenos que envuelven, en la mayoría de los casos, un único producto. Por otro lado, los aviones, camiones, camionetas y motos encargados de hacer llegar los paquetes hasta la puerta de casa, con su correspondiente huella de carbono y aumento de la congestión en las ciudades. Cabe remarcar que existen iniciativas que pretenden contrarrestar estos efectos negativos: bicicletas, vehículos eléctricos, repartos en horas con menos tráfico, o envoltorios minimalistas. 

Dicho esto, hay algunas voces que creen que los impactos medioambientales del comercio tradicional y no tradicional no están del todo bien calculados, y que hay elementos que no se han tenido en cuenta. Aunque la planificación urbanística trabaja para que haya una utilización óptima del territorio que evite excesiva dispersión y desplazamientos innecesarios, es cierto que cuando las personas consumidoras van a comprar con sus coches a los centros comerciales, dentro o fuera de la ciudad, también generan emisiones; y se marchan con sus paquetes envueltos y bolsas de papel o de plástico. Como es cierto que las infraestructuras de las tiendas están construidas con ladrillos y cemento, y más sujetas a desgaste. Y también es verdad que los productos tampoco llegan solos a las tiendas físicas, y que llegan igualmente empaquetados. Además, las tiendas contienen equipamientos con una vida útil determinada, y que una compra está asociada a un tique en papel, a veces complementado con trípticos de ofertas y carteles para orientarse. Y también es factual que las tiendas consumen energía para mantener la temperatura, así como agua y químicos para la limpieza. No estoy segura de si todo esto se ha puesto en una balanza y medido correctamente.

De lo que no cabe duda es que el comercio tradicional aporta muchas otras externalidades positivas de carácter social. Por nombrar algunas: dinamiza y da vida a las ciudades, protege entornos urbanos, favorece la convivencia y cohesiona comunidades. Los puestos de trabajo que genera son de más calidad, si los comparamos con las condiciones laborales de los repartidores. Y, ahora, durante las semanas navideñas, iluminan las calles. La riqueza que se genera con el comercio presencial beneficia a más agentes, si lo comparamos con el comercio postal en que una sola empresa está acaparando el mayor porcentaje de facturación. 

Tal vez parece poca cosa ante la conveniencia y rapidez de tenerlo todo en casa en 48 horas, pero imaginar calles céntricas en las que haya poco comercio produce tristeza. Y, por desgracia, algunas calles de Barcelona empiezan a ofrecer este aspecto. El comercio local que no tenga un valor añadido irá desapareciendo, y rápidamente. La alta sensibilidad del comercio minorista a los cambios sociales y económicos ha sido vastamente demostrada durante la crisis de 2008 y, de nuevo, durante la pandemia. Y las nuevas generaciones de jóvenes ya no saben lo que es desconfiar de las compras por internet y solamente conocen los nuevos productos a través de las redes sociales. Pero esto no quiere decir que no deba protegerse y apoyarse desde las instituciones públicas.

En los días previos de reflexión a la escritura de este artículo, y procurando ser congruente con su contenido, me propuse comprar presencialmente una "L" para mi hija, que acaba de sacarse el carnet de conducir. He ido a dos ferreterías del barrio, sin suerte. Tras investigar el tema, parece que la podré encontrar en un hipermercado al que puedo llegar a pie en 30 minutos. Me supondrá una dedicación de dos horas, cuando por internet habrían sido 2 minutos y, seguramente, a un precio más económico. Pero me servirá también para hacer ejercicio, que en estas fechas es más necesario que nunca.  

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