La lagrimita
¿Cuándo hay que contarles la verdad de los Mundiales y de la vida? Cuando tienes hijos eso nadie te lo explicaines
Enrique Ballester
Periodista
Como soy una persona muy ocupada y no tengo tiempo para nada, el martes, cuando Marruecos tumbó a España, preparé un meme titulado Bingo de la España eliminada. Ahí incluí todas esas frases que íbamos a escuchar seguro, sí o sí, junto a la máquina del café en el trabajo, sin remedio ni escapatoria, a la siguiente mañana.
Como soy una persona madura y adulta, descargué una plantilla que había buscado en Google, desatendí a mis hijos durante un rato y empecé a teclear ‘Sin 9 no se puede jugar’. Seguí con frases tan inapelables y certeras como ‘Ha faltado el gol’ o ‘Si no chutas no puedes marcar’ e incluí ‘Los niños de ahora viven demasiado bien’ y ‘Los chavales solo juegan a la Play’, porque los niños y los chavales algún recado siempre se tienen que llevar.
Las 25 frases que escribí en el meme -‘Nos falta un Messi o un Mbappé’- me han perseguido durante toda la semana. Alguna me venía a la mente, como un acto reflejo, cada vez que alguien sacaba el tema del Mundial o me preguntaba por España. Es ciertamente difícil explicar este tipo de fiascos sin caer en el cliché -‘Mucho tiki-taka para nada’-.
Recordé también un artículo que escribí después de la eliminación en el Mundial de Rusia y en bastantes aspectos no necesitaría cambiar casi nada. Sobre todo en la parte del meollo que para mí es fundamental: es extrañísimo el fútbol a partir de cierta edad, cuando ya no es asunto primordial ni obsesión vital, cuando asumes que si ganas, pues bien, y si no ganas tampoco pasa nada.
Es extrañísimo, cuando fuiste un niño megafutbolero, estar viendo un cruce de España en un Mundial y estar más aburrido que nervioso. Estar más distraído que tenso. Estar más cansado que cualquier otra cosa.
Es tan extraño que a ratos piensas que igual el fútbol ya no te importa, que ya está bien, que quizá te hayas curado. Pero luego acaba el partido, pasa sin goles la prórroga y el portero rival desvía el penalti definitivo en la tanda. Asumes entonces que no hay vuelta atrás y de repente estás un poquito triste y todavía más cansado. De repente es más de noche y sabes que la pena te va a acompañar hasta que te marches a la cama. De repente entiendes que el fútbol no te importa igual, quizá, pero todavía te importa.
La verdad o la felicidad
El martes, además, mi hijo Teo fue consciente por vez primera de una eliminación mundialista de España. En televisión encadenaron varios planos de decepción y lamentos de aficionados y jugadores, y Teo amagó con la lagrimita a mi vera. Le expliqué rápido que no se preocupara, que su abuelo tardó casi 60 años en ver ganar un Mundial a España, y como el niño nos ha salido bueno en cálculo mental hizo sus cuentas y enseguida pasó página.
Teo, que tiene 6 años, llevaba unas semanas muy futbolero y se vino muy arriba con el 7-0 del primer partido a Costa Rica. Ahí, como padre experto en fracasos y derrotas, dudé si debía contarle que eso era la excepción o dejar que fuera feliz, dudé si debía contarle la verdad o aplazársela. Dudé incluso luego si ir más allá, ampliar la lección y decirle ‘oye, Teo, tu vida hasta ahora es como el 7-0, pero cuando crezcas un poco se irá complicando el asunto y perder es lo normal, y todo eso, a menudo una mierda’.
Dudé, pero al final solo le he enseñado algunas frases del meme-bingo para que se defienda como un tertuliano en las discusiones del patio del colegio. ¿Cuándo hay que contarles la verdad de los Mundiales y de la vida? Cuando tienes hijos eso nadie te lo explica.
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