Limón & Vinagre | Artículo de Josep Maria Fonalleras

'Bono': el tranquilo cancerbero marroquí que habla argentino

Le costó, pero ese niño de Montreal que empezó en el WAC de Casablanca y pasó por el filial del Atlético de Madrid y el Zaragoza, finalmente se ha consolidado

Bono ataja uno de los penaltis a la selección española | EFE

Bono ataja uno de los penaltis a la selección española | EFE

Josep Maria Fonalleras

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No está demostrado que los padres de Yassine Bounou bautizaran al niño con ese nombre en homenaje a Lev Yashin, el legendario portero soviético, la Araña Negra. Habría servido para construir una mitología como Dios manda desde los inicios. Pero la realidad suele estropear una buena historia. Bono (que es como se le conoce) se llama Yassine porque a pesar de ser 'québéquois' (tiene el pasaporte canadiense, porque nació allí) es de estirpe marroquí y Yassine es un nombre habitual en el reino. Además, los padres, que volvieron a Marruecos porque se añoraban y no podían resistir el frío polar, antes de que el niño empezara a chutar balones en una calle de Casablanca no tenían ni idea de cómo era una pelota de fútbol. O solo sabían que era redonda, para entendernos. El padre, profesor de Física, le dijo que no quería que le dedicara tanto tiempo, pero, sin embargo, al comprobar la manía del chaval hizo de tripas corazón y decidió regalarle una camiseta... ¡de la selección argentina! Resulta que el pequeño Bono miraba partidos de la albiceleste y de la liga de aquel país, y resulta que se hizo fanático de River y de Ariel “Burrito” Ortega. "Es mi equipo preferido", ha dicho más de una vez. Ahora, su perro se llama Ariel. Será por eso, por haber escuchado tantos partidos con locución argentina (aunque no hay datos científicos que lo avalen) que tiene un castellano perfecto con un singular acento de Buenos Aires. Un marroquí canadiense que habla argentino. En el primer penalti que detuvo en la eliminatoria contra España, puede verse cómo Bono se dirige a Carlos Soler y le dice algo. Una cadena sudamericana lo ha transcrito: “Dale que te la saco, dale”. Y así fue. Y volvió a hacerlo después con Sergi Busquets (antes, ya había intimidado a Sarabia) y subió a la cima de la heroicidad futbolística.

Pero Bono es un tipo tranquilo. Me lo confirman quienes le conocieron en Girona, entre 2016 y 2019. David Torras, por ejemplo, director de comunicación del club, que me dice que “era muy simpático, muy buena persona, calmado y extremadamente meticuloso en el trabajo. Ahora, además, se nota que ha dado un salto a nivel mental: solo tienes que ver cómo estaba durante la tanda de penaltis. Si incluso sonreía”. El propio portero lo recalcó después de ganar a España: “No pensaba en ello, solo quería disfrutar del momento. Y los penaltis son una mezcla de instinto, algo de suerte y no mucho más”. El Girona ha escrito un tuit en el que felicita al exportero del equipo, que llevaba un 13 en la camiseta porque la temporada en la que subieron a Primera él había empezado de suplente. Por cierto, mi hijo Joan, que es un seguidor acérrimo de los rojiblancos, me indica que Omar Harrak, entrenador de porteros del club en aquella época, es quien ahora hace ese mismo trabajo en la selección de Marruecos. Es decir, 'Girona Connection' para explicar el derrumbe español.

Volvamos a Bono. Con enormes manos de portero y orejas proporcionales a las manos, cejas largas y profundas y nariz de aquellas que de repente bajan en picado hacia la boca, confieso que cuando jugaba en Montilivi me hacía sufrir. Cuando tenía el balón en los pies y se enfrentaba a la presión del contrario, no siempre sabías cómo acabaría la aventura. Muchos aficionados estarán de acuerdo, y él mismo reconocía, en 2018, que se veía como "un portero de 6/7 que necesita crecer". Al año siguiente, el club bajó a Segunda y Bono fichó por el Sevilla. Le costó, pero ese niño de Montreal que empezó en el WAC de Casablanca y pasó por el filial del Atlético de Madrid y el Zaragoza, finalmente se ha consolidado. El chaval que con 10 años ya intuyó que, por la altura, acabaría jugando de guardameta, se convirtió –en el 2021– en aquel que más veces había dejado la portería a cero en todo el mundo y ganó, la pasada temporada, el Trofeo Zamora al cancerbero menos goleado.

Con el Sevilla, ante el Valladolid, marcó un gol. Segundos finales, el portero sube a rematar un córner, hay un batiburrillo en el área y Bono chuta y marca. No supo cómo celebrarlo, acostumbrado a hacerlo desde la distancia. Es una de las pocas veces que le he visto perder la calma. Hay un poema de Umberto Saba ('Goal') que justamente describe la soledad del guardián mientras los demás jugadores se juntan para celebrar el gol. Dice el poeta que “su alegría hace un pirueta” y que les envía besos desde la lejanía. "De la fiesta, dice, yo también soy parte". Ese día, y la noche de los penaltis de España, Bono fue la fiesta.

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