Artículo de Sònia Guerra

Combatir la soledad

Como sociedad tenemos un reto, y como personas, una responsabilidad: construir comunidades inclusivas que no excluyan por edad

Ancianos en una residencia.

Ancianos en una residencia. / El Periódico

Sònia Guerra

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A mediados del siglo XX, Abraham Maslow formuló su jerarquía de las necesidades humanas. Mediante una figura piramidal estructuraba las necesidades de las personas en cinco niveles. Los cuatro primeros eran considerados “necesidades de déficit” (fisiología, seguridad, afiliación y reconocimiento), mientras que el quinto era la autorrealización.

Las pensiones se han revalorizado conforme al IPC, lo que supone que las pensiones contributivas se incrementarán un 8,5% en 2023. En cambio, las no contributivas lo harán un 15%. Las pensiones no contributivas, ya sean de jubilación o de invalidez, son aquellas que perciben personas que no han cotizado a la Seguridad Social los años necesarios y se encuentran en una situación de vulnerabilidad que dificulta su subsistencia.

Así pues, el incremento de las pensiones contributivas y no contributivas permite afirmar que el Gobierno de Pedro Sánchez se ha asegurado de que las personas mayores tengan garantizada la base de la pirámide de Maslow. La fisiológica y la de seguridad, pero, ¿qué ocurre con la mitad superior del triángulo?

Hace unos días, la Diputación de Barcelona publicaba un estudio del que se hicieron eco diversos medios de comunicación pero que ha tenido poco impacto a nivel social. Decía que el 50% de las veces que las personas mayores utilizan el servicio de teleasistencia (el pulsador que les permite contactar en situación de emergencia con una centralita operativa las 24 horas del día) es “para aliviar la soledad”.

“La mitad de ancianos con teleasistencia llaman para hablar un ratito”, publicaba un conocido diario el pasado 29 de noviembre. Y de repente hay algo que se rompe en tu interior cuando te detienes en ese titular. Puedes sentir en tu propia piel el fracaso individual. También el colectivo. La palabra soledad te rasga las entrañas. Puesto que su dimensión es diametralmente opuesta a aquel ‘Solas’ cargado de libertad que nos regaló Carmen Alborch a finales de los 90.

La soledad no deseada no responde a una forma de vivir, sino a una forma de sentir. Hay mayores que se sienten solos en sus hogares, pero también hay otros que sienten la soledad en los centros residenciales, a pesar de estar rodeados de otras personas mayores y también de cuidadores y cuidadoras. Por eso, sin duda, urgía el nuevo modelo de cuidados que el Gobierno de España aprobó en el marco del Consejo Territorial de Servicios Sociales en junio de este año. Un modelo que apuesta por la atención domiciliaria y pone fin a los grandes centros residenciales. Pero seguimos estando en la base de la pirámide.

Como sociedad tenemos un reto, y como personas, una responsabilidad: construir comunidades inclusivas que no excluyan por edad, que no abandonen por edad, en definitiva, que no practiquen ‘edadismo’. Es nuestra obligación acompañar en la atención a la dependencia, pero también en el envejecimiento activo y saludable. Y eso solo se consigue priorizando también la cúspide de la pirámide.

Afirmaba María Zambrano que el corazón es centro porque es lo único de nuestro ser que da sonido. Llenemos la soledad no deseada de sonido. El sonido de los latidos del derecho al acompañamiento afectivo.