Artículo de Sergi Sol

El mayor penalista del Reino de España

Ante la reforma de la sedición y la malversación se imponen el maniqueísmo y el verbo feroz por parte de la derecha y de una parte del independentismo

Gabriel Rufián durante un pleno del Congreso de los Diputados

Gabriel Rufián durante un pleno del Congreso de los Diputados / David Castro

Sergi Sol

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El moderado Feijóó sentenció ante Carlos Alzina en ‘Más de Uno’, de Onda Cero, que el Gobierno de España está sometido al independentismo catalán. Vamos, que fue demoníaco lo de los indultos y peor lo de la sedición. Pobre España, víctima de tanta  infamia. Remataron los populares la puya en privado, lloriqueando por esa Constitución que fue, pese a las reticencias de la derecha española. La del 78 se nos muere a manos de sacrílegos.

Los conversos constitucionalistas, profesando la fe del advenedizo, afirman con aplomo que el republicano Gabriel Rufián es el mayor penalista de la historia de España a cuenta de los acuerdos para reformar el Código Penal en lo que se refiere a sedición y, con toda probabilidad, a malversación. Además, puede llegar con propina en el caso de la sedición, con algún retoque del delito de desórdenes públicos agravados. Acuerdos que van a concretarse, si no se tuerce la entente, este mismo viernes, lo que con toda probabilidad va a provocar un nuevo y grotesco rasgado de vestiduras de la derecha española, que va a seguir gesticulando como si esto fuera el fin de España. ¡Terrible! Como ya ocurriera con los indultos. Recochineo, ensañamiento, dicen. Igual vuelven a la calle. Pero no al lado de los sanitarios, sino con banderas a media asta.

Feijóo reacciona ante los acuerdos de los equipos de Junqueras y Sánchez en paralelo a la reacción mayestática de una parte del independentismo catalán, que gesticula a más no poder y que se manifestó el Día de la Constitución en el mismo sentido que Núñez Feijóo, aunque desde el ángulo inverso, claro. Un independentismo crispado que confronta y se manifiesta no contra el Gobierno español, sino contra los de Junqueras y la estrategia posibilista de sacar tajada de su fuerza en Madrid. Esa es la realidad y no otra. No hay embate alguno con España, hay legítimos pleitos judiciales. Eso sí. Pero la única confrontación que hay es una batalla cainita con Waterloo como referente de los más vociferantes.

Unos y otros, los renuentes a todo acuerdo, podrían ver el vaso medio lleno o medio vacío. Pero no. Lo que se impone es el maniqueísmo y el verbo feroz y agresivo, con expresiones como “traidores”. En blanco y negro, sin matiz alguno. Y entonces, claro está, alguien miente o exagera hasta la hipérbole. Y solo hay que contrastar lo dicho con lo hecho. Porque lo que no puede ser es que simultáneamente Pedro Sánchez haya traicionado y vendido España al independentismo y que, a su vez, Gabriel Rufián haya cometido un sacrilegio similar pero a la inversa. Esto es, rendirse ante España y ser un colaborador de la represión, según le chillan los furibundos detractores.

La Mesa de Diálogo (y negociación) no va a traer ni la amnistía ni la autodeterminación. Por lo menos no a corto plazo, y tampoco a medio si no hay un cambio sustancial en la correlación de fuerzas. Pero sin duda sí da sus frutos, para desesperación de los extremos -de aquí y de allí-, que se agarran al cuanto peor mejor como clavo ardiendo. Además de generar las condiciones para -si es el caso- volver a plantear una nueva investidura con renovados acuerdos que alejen a Feijóo de la Moncloa y a Vox del Gobierno, una aspiración inconfesable para aquellos sumidos en una estrategia de palos de ciego.

La malversación también se va a tocar en el sentido de impedir que sea aplicable en casos que no tengan nada que ver con lo que comúnmente se entiende por corrupción y apropiación de caudales públicos o ajenos para lucrarse. Esto es, que no sea aplicable porque se ha celebrado un referéndum, por ejemplo. Y sí por llevarse el dinero al bolsillo en cualquier supuesto. Como también es más que probable un retoque a los desórdenes públicos agravados para despejar dudas y evitar que juez alguno haga una interpretación abusiva, que ya sabemos de qué pie calza una parte de la judicatura.

Son clarísimos pasos adelante en un sentido estrictamente democrático. Otra cosa es pretender que una democracia no debe tener su Código Penal, sea esta u otra. Catalana o española. Pero eso ya forma parte de una sociedad idealizada y libertaria, un bonito sueño.

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