Confluencia con los desconocidos
Según Adrià Pujol, estos que hemos llamado siempre locos son el contrapeso necesario para que todos los demás podamos considerar que habitamos en un espacio parecido a la normalidad
Josep Maria Fonalleras
Escritor
En uno de los vídeos que acompañan a la exposición, uno de los comisarios de 'Els desconeguts de sempre', Adrià Pujol, formula una lectura de la existencia y la pervivencia de los personajes singulares y excéntricos que son los protagonistas del montaje que se puede ver en el Bòlit, Centre d’Art Contemporani de Girona, hasta finales de enero. Dice Pujol que estos que hemos llamado siempre locos (o 'freaks') son, en realidad, el contrapeso necesario para que todos los demás, todos nosotros, podamos considerar que todavía habitamos en un espacio parecido a la normalidad. La sociedad les ha tolerado (y se ha reído de ellos, y les ha despreciado y les ha arrinconado) porque el solo hecho de estar ahí se convertía en un salvoconducto para atravesar el territorio de la absurdidad y la locura, de la rareza y la anomalía, sin salir salpicado. La otra característica que destaca es la del espectáculo. "Han vivido instalados en la pista, en la plaza, en la calle, en el escenario humano del delirio y la infantilización", dicen los comisarios Adrià Pujol y Julià Guillamon. Es decir, han necesitado la presencia de lo 'normal' para poder convertirse en extraños. Es curiosa, esta simbiosis entre los dos mundos que se retroalimentan, que se buscan y solo se encuentran en la confluencia que existe en la lectura casi mítica que hacemos a posteriori, en la reflexión que propone una exposición donde observamos a estos solitarios desconocidos como unos iguales que obedecían a otros parámetros, distintos a los nuestros.
Salen, por ejemplo, la Monyos que deambulaba por las Ramblas después de la muerte accidental de su hija; Pepet Gitano, que tenía “un ojo sanguinolento” (lo decía Pla); Na Paula Juliana, que hacía milagros con las plantas; la Esperanceta Trinquis, que glosó Espriu; Panxo Pomada, que abría el vientre de un cerdo para extraer el tocino y cerraba la herida con un ungüento, sin tener que matar al animal; o la llamada Mamarra, que untaba los senos de las madres que no podían amamantar y luego los chupaba hasta que salía leche. Enanos, analfabetos, contrahechos, enloquecidos, personas que “todo el mundo ve, pero que nadie conoce”, estos desconocidos son unos de los nuestros y ahora los observamos –humanos– más allá de la impiadosa atracción de feria.
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