Artículo de Sergi Sol

Cuando todo cabía en la Constitución

A la postre, la Carta del 78 no fue el marco de libertades en el que todo era posible

Izado de la bandera de España durante la celebración del Día de la Constitución en Madrid.

Izado de la bandera de España durante la celebración del Día de la Constitución en Madrid. / DAVID CASTRO

Sergi Sol

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Esta nuestra Constitución del 78 no es que sea la del 31. Pero en algunos momentos pasaba por ser un marco de libertades en que todo era posible. Por lo menos, hablarlo “en ausencia de violencia”. O eso decían. Pues a la postre fue que no.

Ya no están ni cuentan los Herrero de Miñón. Ni hay Tribunal Constitucional que hoy se atreviera a zanjar como hiciera con la LOAPA, resolviendo que los planteamientos de Felipe González eran inconstitucionales. Ahora tenemos a ‘lambanes’ y ‘garcía-pages’ compitiendo con la derecha a ver quién es más español y más agresivo contra los ‘nacionalismos’, como si los mendas no fueran más nacionalistas que la gloriosa cruzada nacional.

Hemos involucionado –que no evolucionado– políticamente, y sobre todo judicialmente. Esto es, vuelta atrás a lo rancio. Lástima que no fuera en el 31 sino en el 75 cuando Dios mediante se fue Paco para dejarnos a Juan Carlos en el trono.

En el 31 se escribieron cosas tan bonitas como “España renuncia a la guerra como instrumento de política nacional”. Claro que luego unos se alzaron para guerrear junto a nazis y fascistas. Aquello ha mutado en fiscales en jefe como el que fuera del Supremo, Javier Zaragoza, que refunfuñó ante la condena por sedición porque debió ser rebelión. Vamos, como lo de julio del 36. Y ahí está Edmundo Val, que ahora quiere quitar a Arrimadas para hacer un ‘bypass’ al moribundo Ciudadanos. Bal –que, como Feijóo, va de moderado– dejó la Abogacía del Estado clamando contra la sedición porque era rebelión. Vamos, igualito que lo de Tejero, Armada y Milans del Bosch. De esa guisa los tenemos y dando lecciones de progresismo si se tercia.

En el 31, el presidente de la República, el jefe del Estado, debía responder criminalmente por el incumplimiento de sus deberes. Ni por asomo se proyectaba como una figura que gozara de inmunidad. Nada que ver con el caradura emérito, sus negocios opacos, sus cacerías de elefantes y osos borrachos o sus inquietantes líos de faldas. En el 31 –sin que el 31 fuera la panacea– ni Dios estaba exento de responsabilidad, ni se dio cobijo al legado de dictadores precedentes.

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