GOLPE FRANCO
Juan Cruz

Juan Cruz

Periodista y escritor. Adjunto al presidente de Prensa Ibérica.

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La música cantada de Lionel Messi

Leo Messi marcó ante Austarlia

Leo Messi marcó ante Austarlia / AFP

La única vez que vi en persona a Lionel Messi él todavía podía entretenerse con juegos de muchacho. De hecho, iba haciendo de gimnasta con las barras superiores de un autobús de Iberia, cuando esta compañía estrenaba aeropuerto y él llegaba con unos cuantos amigos de un vuelo que cruzó el océano para que parte del pasaje siguiera a Barcelona y el resto se quedara en la capital de España. Entonces era tan lejos en el tiempo que aun los aviones a Barcelona estaban obligados a esos transbordos, o eso creo recordar.

Era un muchacho, ya digo. Cerca de él iban los otros pasajeros, dicharacheros, una panda de amigos. Él, más circunspecto, quizá obligado por un consejo de médicos o de entrenadores personales, hacía que los brazos se alargaran todo lo posible. Ya su estatura era la que le conocemos. También él era el que luego ha sido famoso no sólo porque es, quizá, el futbolista más importante de la historia de este deporte, sino porque es más callado que cualquiera de sus colegas de parranda o silencio. Él es, quizá, el hombre menos dicharachero de su entorno, y acaso por eso se reúne de tanta familia (antes en Barcelona, ahora en París), para escuchar siempre a quien esté hablando en su lugar.

Esto no debe ser enteramente así, porque hace muy poco alguien que lo conoce bien de cerca me dijo que no sólo habla, sino que tiene un excelente humor, aunque no niega su estado de ánimo cuando esté se halla superado por el malestar que en los últimos tres años ha estado por encima de su paciencia y, a mi juicio, de sus merecimientos. 

Independientemente de las razones que ha manejado el Fútbol Club Barcelona, en la que el futbolista no ha entrado, se fue enfadado con el club de su vida, y parece que volverá a él cuando prescriba su vida como jugador. Quizá.

En todo caso, aquella noche en que lo vi solo, haciendo músculo en un autobús de Iberia, me permití decirle algunas palabras de aficionado, y él me respondió con mucha amabilidad, ilustrando esta de unos monosílabos que me resultaron estimulantes, pues de un ídolo uno aprecia hasta una sonrisa moviendo la mano mientras se aleja. Algunos años después estuve más cerca de Messi, en el sentido de que fui intermediario entre la directiva, entonces presa de un despiste cósmico en cuanto a la necesidad del jugador, y alguien que tenía información y datos que hubieran ayudado a su defensa en uno de los incidentes judiciales en los que él se sintió perdido y herido.

A raíz de aquella circunstancia me permití pedirle a mi amigo cercano a Messi que le pidiera a éste un autógrafo para mi nieto, que aun no era madridista, y que de todos modos sigue presumiendo de la elástica azulgrana firmada por “el mejor futbolista del mundo”. Palabra, por cierto, del nieto madridista. Confieso que desde que se fue del Barça mi luto por el gran jugador me ha seguido cegando los ojos, hasta que este mediodía en que escribo esta crónica desde Guadalajara, México, lo vi cantando, a pleno pulmón, la cabeza en alto, la dicción (me podía imaginar) clara, nítida, cabe decir patriótica. Cantaba el himno, que nadie se llame a engaño o broma.

Se dice que Messi no se sabía el himno. Pues se lo sabe. Que no tiene oído. Pues se atrevió a cantar. No se le conoce pasión por la música, es más dicen que nunca entonó el himno en partidos igual de decisivos. Pues ahí estaba el más querido futbolista de nuestra historia con el himno en los labios; el hombre de la música callada fue el hombre de la música cantada, y luego entró en el campo y quiso ser luz y lo fue, y Argentina ahora es más feliz y los barcelonistas también somos más felices pues nunca dejará de ser uno de los nuestros. Visca Messi, honor a Argentina

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