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La soledad buscada de Pedro Sánchez

Pedro Sánchez celebra su triunfo en las primarias del PSOE, el pasado 21 de mayo.

Pedro Sánchez celebra su triunfo en las primarias del PSOE, el pasado 21 de mayo.

Albert Sáez

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Hace justo una semana, Pedro Sánchez aprobó de una tacada el bloque legislativo que deja solo en sus manos la convocatoria de las elecciones generales del año próximo. Sánchez ya solo depende de Sánchez, dijimos entonces. Desde ese momento, se ha coronado como primer presidente español de la Internacional Socialista. Le pasa un poco como a Felipe González, que fuera le reconocen más que en su propia casa. Javier Lambán, presidente de Aragón, por ejemplo, se ha permitido el lujo de decir que a España le hubiera ido mejor sin Sánchez. Al menos ha tenido el buen gusto de dejar abierta la posibilidad de que a los españoles les haya ido mejor. Pero lo más curioso de la semana, dejando de lado la alcaldada que ha condenado al TC a una mayoría progresista precaria, ha sido cómo el coro de altavoces mediáticos de la Moncloa han convertido en hechos las presuntas intenciones del presidente ahora que vuelve a caminar en solitario, sin otro peso que su mochila, aligerado de la coalición de Gobierno y de los socios de la investidura/moción de censura. Algunos llegan incluso a insinuar que el Gobierno se puede romper antes de la primavera.

Sánchez ha tenido hasta ahora comportamientos temerarios pero nunca suicidas. Lo que le proponen sus presuntos apologetas no es lo que le conviene. Más bien lo contrario. Como puso en evidencia esta semana el barómetro del Gesop para Prensa Ibérica, la partida está ahora de la siguiente manera. Mientras Feijóo siga preso de Ayuso, el PP solo tiene una oportunidad para gobernar: sumar con Vox la mayoría absoluta. Sánchez tiene dos: que PP y Vox no sumen o que pueda armar una mayoría alternativa con el resto del arco parlamentario. Para ello, tiene que distanciarse de sus actuales socios, pero nunca romper definitivamente con ellos o dar a entender que no pactará jamás con ellos.

Los barones socialistas que abjuran de Sánchez lo hacen porque, en sus territorios, sus expectativas se parecen más a las de Feijóo que a las de Sánchez. Felipe González se fue a pique cuando su relación con el mundanal ruido se redujo a sus charlas con Kohl y Mitterrand y a las tertulias en la bodeguilla con los directores de diario que convertían en hechos sus intenciones o deseos, Sánchez ganó las primarias a pie de calle, que es donde debe lucir ahora su soledad para ganarse el favor de los votantes, no de los aduladores

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