APUNTE
A un Mundial se viene a sufrir
Albert Guasch
Periodista
«Buenas noches amigos, buenas noches enemigos, buenas noches a todos». Con esta fórmula de aire provocador empezó Luis Enrique sus dos últimas conexiones a través de Twitch. Amigos y enemigos, los que espolean y los que disparan… El seleccionador español se ha caracterizado por inspirar bandos, uno no acaba de entender muy bien por qué, y él, innegociable en sus convicciones, no transmite acritud por ello. Lo acepta sin más. En su evolución como persona, Luis Enrique ha aprendido, por lo que parece, a aplicar aquello de aporta o aparta, y concentrarse en lo que controla. Ese arranque provocador es su único reconocimiento, por lo que uno ha podido oír, a sus detractores, que probablemente no descenderán tras lo visto ante Japón.
El caos en que se precipitó la selección dejó en la confusión al aficionado, salvo quizá a Mariano Rajoy, el preclaro analista. Luis Enrique no parecía tampoco entender tras el partido las razones del descontrol. Habló de «pánico» al referirse al corto periodo que separó el primero del segundo gol de los nipones.
Un segundo gol, por cierto, que en cada una de las repeticiones mostradas el balón pareció rebasar la línea de fondo, pero la tecnología y los sensores han impuesto su dictadura incuestionable. Es de esperar que en algún momento podamos ver una imagen que confirme el milímetro con que un hilo de la pelota roza un gramo de cal de la línea y valide así la labor del VAR, muy extraña en este Mundial, dicho sea de paso.
Volviendo a Luis Enrique, ya tendrá tiempo para analizar y si hay suerte, corregir y revertir el tránsito del entusiasmo del primer día al despropósito de ayer. Pero no se le puede negar al entrenador asturiano su infinita capacidad para desdramatizar la derrota y el sufrimiento deportivo. «Suerte que esto pasa una vez cada cuatro años si no el nene (en alusión a sí mismo) no aguanta».
Sudores fríos
Un lujo para España que el aviso nipón no tuviera consecuencias demoledoras. Unas cuantas palpitaciones aceleradas, algunos sudores fríos, en particular cuando Alemania tardó en echar una mano ante Costa Rica, y ya está. Qué menos en un Mundial.
En realidad, tuvo el susto el notable beneficio de alterar la ruta del cuadro y evitar el temido cruce ante Brasil. Es lo que los cabalistas querían. Pero luego llega un Japón y te pega una patada. Cuidado con esos cálculos. Nunca se sabe a estas alturas dónde está el enemigo mayor. Vale eso por Marruecos. A nadie le regalan ser primera de grupo.
La selección debe ante todo mirarse a sí misma, reencontrar las buenas vibraciones que transmitió ante Costa Rica y recoser las heridas emocionales de ayer. Es un equipo joven y ahí pueden radicar las razones del colapso. Trabajo en las próximas horas para el psicólogo que lleva Luis Enrique. A la postre, cada partido tiene un guion propio y ya no hay precedentes que valgan. Y no se puede pretender aspirar a lo máximo en un Mundial sin descamisarse ni hacerse jirones. Eso lo entienden hasta los detractores.
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