Golpe franco

Jugador de aire, pierna de gol

Pedri y Kimmich.

Pedri y Kimmich. / RFEF

Juan Cruz

Juan Cruz

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Es mejor no fijarse tanto en el marcador. Es mucho más nutritivo, cuando se empata ante uno que fue imbatible, fijarse en el juego, en la manera de dominar la pelota para hacer arte de lo que es propiamente fútbol, que darle vueltas al resultado. El resultado de este partido que enfrentó a España con Alemania arrojó un episodio insólito que no subió al marcador, porque explica más la calidad que los goles.

El equipo de Luis Enrique (en el que, tal como se movió, también jugó Luis Enrique) dominó la posesión, y eso se explica sobre todo por una línea de voluntad que construyó juego como Velázquez dibujaba Las Meninas antes de acabar la pintura. Pedri, sobre todo, y Busquets, con su arrojo tranquilo de veterano de tanta batalla, convirtieron el juego de la Roja en una especie de sinfonía sin fisuras que sirvió a la línea de ataque la oportunidad de elegir cómo hacer el milagro de diluir la defensa alemana.

Sinfonía perfecta

Pero existió la defensa alemana, que antes del partido se consideraba un punto flaco de los herederos de Beckenbauer. La creación de juego, esa sinfonía, tenía en Busquets el pulmón de los veteranos, que saben por donde se mueve el contrario, mientras que Pedri, que se maneja como si fuera de aire, dominaba las recuperaciones que convirtió en ataque. Olmo estaba como parte principal de esa sintonía perfecta.

El resultado de esas combinaciones solo fructificó cuando entró Morata en el campo. Este es un futbolista que está en el césped como quienes esperan por fuera del Museo del Prado a ver cuándo exhibe la ilustre galería la oportunidad de entrar en un cuadro perfecto. Y ese cuadro vino de una combinación que parecía hecha precisamente para este jugador movible que tiene siempre el gol en la punta de la lengua.

Manía funesta

Se movió como un lince Morata, y pintó un gol precioso, de esos que enseña Messi en la escuela de la historia. Es un gol debido a la calidad, naturalmente, pero también a la naturaleza general de entusiasmo que España exhibió frente a la selección que, se decía en tiempos, siempre era fija en las victorias. Luego regresó Alemania a su pundonor de antaño, Nico Williams aportó por la banda un refresco para los pedris del otro y al fin Alemania se salió con la suya. Vaya por Dios. Es cierto que esa manía funesta de jugar el balón hasta en la raya de gol conspiró para que en casa sintiéramos que Unai iba a tener un disgusto, pero ese disgusto del empate tuvo una virtud: despertar a la Roja, que se puso alerta y pudo ganar la batalla. 

Como héroes contemporáneos del fútbol antiguo, ni se rindió Pedri ni se rindió Busquets, a los que vino a auxiliar Balde en las escaramuzas finales. Los dos, el joven y el veterano, dieron una lección en la que sobresalió, sobre todo, el aire, esa exhibición de pulmones bien administrados que pusieron en jaque a Alemania y permitieron un concierto cuyo porcentaje de dominio es mucho más que un resultado, es la realidad de una esperanza.  

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