Loving Pablo... and Irene
Ante el asedio que soportan ambos políticos nadie que se considere demócrata debería permanecer impasible
Carles Francino
Periodista
Encontrar un rival a la altura de Pablo Iglesias para disputarle el liderazgo del campeonato mundial de egos no resultaría tarea sencilla. Su resurrección política de los últimos meses, actuando como una suerte de portavoz plenipotenciario de Podemos, confirma la teoría de que el descenso de la cumbre puede ser más difícil que la propia escalada. Los buenos alpinistas saben mucho de eso. Pero resultaría absurdo -“miserable y estúpido”, por utilizar sus propias palabras- negarle el talento y la capacidad de análisis que le catapultaron tras el 15-M como un nuevo y potente referente de la izquierda. Y también, para muchos, como el enemigo a batir. O mejor dicho, a abatir, cual si de una pieza de caza se tratara porque así se hace la turbopolítica de hoy, a escopetazos.
Su unión sentimental con Irene Montero proporcionó carnaza adicional a quienes buscaban aniquilarle; y que fuera precisamente ministra de Igualdad era una tentación demasiado golosa como para no intentar hacer bueno aquel refrán de “matar dos pájaros de un tiro”. Por eso ella lleva tanto tiempo aguantando una campaña de insultos, bulos y desprecios que manan del machismo y el fascismo más recalcitrantes. Y que también buscan, de rebote, dañarle a él. Lo de la diputada de Vox, en pleno Congreso, aludiendo al “estudio en profundidad de Pablo Iglesias” como único mérito de Montero para estar donde está, no deberíamos archivarlo a título de inventario. Hay momentos en la vida de cada uno y también en la historia colectiva donde quedarse quietos no es una opción. Y creo que este es uno de ellos. No se trata de un ejercicio de peloteo ni de renunciar a la discrepancia. Porque yo no estoy de acuerdo, por ejemplo, con la descalificación general de los jueces que ha hecho Irene Montero para escaquearse de lo que parecen errores propios en la redacción de una ley. Tampoco comulgo con esa especie de policía de la moral mediática, esa guardia pretoriana que rodea a Pablo Iglesias, encargada de arrearle al primero que dice o escribe algo que no es de su agrado. Pero creo que ante el asedio que soportan nadie que se considere demócrata debería permanecer impasible. Hace demasiado tiempo que dura y ha llegado a niveles insoportables. Mirar hacia otro lado, pensando –como algún colega me ha sugerido- que tienen lo que se han buscado es casi tan ruin. O más. Y muy peligroso.
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