La alambrada climática
Quizá por primera vez en la historia, el discurso progresista choca con las necesidades de los más vulnerables
Emma Riverola
Escritora
Formó parte de la banda sonora de los años 70: “A desalambrar, a desalambrar que la tierra es nuestra es tuya y de aquel…”. La palabra ‘desalambrar’ no se encuentra en el diccionario, aunque la imaginación la dota de significado. Inmensos latifundios de amos acaudalados y campesinos explotados. ‘Desalambrar’ es arrancar los alambres de la miseria y el despotismo, es una llamada a la solidaridad, a la justicia social… “La tierra, para quien la trabaja”, había gritado décadas antes Emiliano Zapata.
El eco de ese grito resuena en la memoria de la izquierda. La tierra como espacio de lucha y resistencia. Hasta que, en la magnífica película ‘As bestas’, encontramos una escena que hace saltar por los aires el imaginario del siglo anterior: “Cada vez que me levanto a las cinco de la mañana, me acuerdo de ti, y ahí empieza otro día ‘precioso’”, dice el villano de la película. Un día de sacrificio y miseria que solo tiene una posibilidad de mejora: vender sus tierras a una empresa de energía renovable. Frente a él, un francés que quiere construir un bucólico paraíso sostenible y que se niega a vender, imposibilitando el trato con la empresa. Al fin, una nueva lucha de clases.
Podemos hablar del mundo rural, pero también de la colocación de las placas solares en las viviendas o la compra de coches eléctricos. Opciones valiosas para la transición ecológica, pero inaccesibles para quienes tienen menos nivel de renta. Hay ayudas, por supuesto. Y es bueno y necesario que existan. Otra cosa es que no dejen de ser interpretadas como privilegios para quienes ven esos productos desde la barrera -la alambrada- climática. Tu coche viejo, contaminante, te sale más caro, lo cual merma tu capacidad de ahorro y, al fin, las posibilidades de comprar uno eléctrico.
La sanidad universal o la educación pública son puntales del discurso de la izquierda y, claramente, benefician a los más desfavorecidos. Reaccionar a la emergencia climática también es clave para el bien común, pero comporta sacrificios a quienes ya están haciendo demasiados. Quizá por primera vez en la historia, el discurso progresista choca con las necesidades de los más vulnerables. Una contradicción difícil de digerir. No solo es fundamental trabajar para que la factura de la transición ecológica no recaiga en los más débiles, sino que cabe construir un discurso que no reduzca a estos al rol de villanos, de intolerantes… de votantes de la ultraderecha. Por justicia social, y por responsabilidad y coherencia de la izquierda.
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