La hoguera | Por Juan Soto Ivars
Os recibimos con alegría
Se prepara una ley para el nómada digital, es decir, para el trabajador internacional de empresas extranjeras de tecnología que, pudiendo vivir en su casa, trabaja allá donde le llega el wifi y prefiere -suponemos- el sol de Alicante a la oscuridad noruega
Juan Soto Ivars
Escritor y periodista
Mientras desfilan las evidencias captadas por las cámaras en la valla de Melilla para esas excrecencias indeseadas del fenómeno de la inmigración, mientras los youtubers españoles alardean de instalarse en Andorra frente a la molicie impositiva de una administración demasiado lenta para adaptarse a trabajos imprevistos, mientras abrir cualquier una pequeña empresa se dibuja con la forma de laberinto de pasillos claustrofóbicos, entre trabas y burocracias, el catetismo español trabaja a toda velocidad.
Semos los mejores. Leo que se prepara una ley para el nómada digital, es decir, para el trabajador internacional de empresas extranjeras de tecnología que, pudiendo vivir en su casa, trabaja allá donde le llega el wifi y prefiere -suponemos- el sol de Alicante a la oscuridad noruega. Es una ley de la que poco se habla y de la que poco se publica, pero establece una odiosa comparativa: la de las condiciones del autónomo patrio frente a las del nómada digital. Entre lo poco que se sabe, la ley ofrece al nómada exenciones fiscales envidiables. Pagarían alrededor de un 14% de tributo hasta los 600.000 euros facturados. Que me digan cómo hacerme nómada.
Es una señal clara de que queremos atraer estos talentos. Se conoce que porque queda bien en la postal, de tonos Ikea, en la que hemos recocinado las camisetas turísticas del desarrollismo franquista. Así, en un país que castra la creatividad propia, se pretende competir en la liga de atraer cerebros mientras se fugan los propios. Es convertir España en un piso de AirBnb envidiable con cinco estrellas de calificación. Y dice más sobre nuestras aspiraciones de lo que a primera vista podría parecer.
Nuestros problemas más acuciantes son el vaciamiento de regiones y la gentrificación hiperbólica de las ciudades, la hipoteca de la producción en los chiringuitos del turismo. Nuestra arquitectura mira al resort y la feria de congresos, nuestra seguridad social renquea en los prolegómenos de una explosión de las pensiones, la inmigración convencional provoca guetos, kelis de hotel y cánticos de la ultraderecha, mientras el atraso endémico I+D+I queda barrido por un guiri en chanclas con un portátil sobre las piernas en temporada baja y un zumo de kiwi en la mesita.
En fin. Es como si nos hubiéramos propuesto ser líderes en lo que no crece, ni siembra, ni se establece, ni arraiga. De Villar del Río no nos mueve ni Dios.
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