La casa de tus pesadillas
Sabemos que la realidad del mercado inmobiliario es más salvaje, con alquileres imposibles, la presión de los pisos turísticos y los desahucios diarios
Jordi Puntí
Escritor. Autor de 'Confeti' y 'Todo Messi. Ejercicios de estilo'.
Antes, cuando veíamos la televisión y hacíamos zapping, todos habíamos caído alguna vez en el “programa de los gemelos”. No sabíamos cómo se llamaban, pero nos atrapaban: dos hermanos ayudando a alguien a reformar un hogar para venderlo. Nos habíamos entrenado viendo 'La casa dels famosos' de Julià Peiró, y 'El convidat' de Albert Om, y nos atraían por un instinto humano: saber cómo hacen el nido los demás, pero también porque nos convertíamos en 'voyeurs' y criticábamos el mal gusto de aquellos desconocidos. Ahora el zapping significa estudiar la oferta infinita de las plataformas digitales. Es entonces cuando descubrimos que la arquitectura y el interiorismo son el reclamo de decenas de programas que explotan el mismo tema: cómo renovar tu casa, las mejores mansiones del mundo, las casas más pequeñas, el dúplex más caro de Manhattan... Estamos en el territorio falseado de los 'reality shows', pero lo miramos desde el sofá como una ficción, pues sabemos que la realidad del mercado inmobiliario es más salvaje, con alquileres imposibles, la presión de los pisos turísticos y los desahucios diarios.
Quizás por eso ahora también se estrenan ficciones que explotan este filón, como 'El vigilante', en Netflix, que juega con la intriga de comprar una casa y no saber qué secretos esconde, cómo serán los vecinos. Mucho más entrañable es 'El encargado', en Disney Plus. La serie lleva el sello de los argentinos Gastón Duprat y Mariano Cohn, siempre divertidos, y se centra en el portero de un edificio de Buenos Aires, en un barrio acomodado. Para darle más exclusividad, el presidente de la comunidad propone despedir al portero, externalizar la limpieza y construir una piscina en la azotea (donde vive modestamente el portero). Los vecinos van a votarlo en una reunión, y aquí es donde entran las estrategias del protagonista, no siempre legales, para conseguir quedarse y que no se haga la piscina. La servidumbre convive con la picaresca, pues, y pronto empatizamos con ese hombre que lo sabe todo de los vecinos y mueve sus hilos desde la sombra. Nos reímos por fuera y por dentro maldecimos al inventor del portero automático.
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