Parlamento, taberna fascismo
La presidencia de la Cámara debió actuar con más contundencia contra Vox
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Cuentan que, en 1931, el diputado José Ortega y Gasset espetó ante un grupo de colegas vocingleros que andaban armando bulla en el hemiciclo: “Hay, sobre todo, algo que no podemos venir a hacer aquí: ni el payaso, ni el tenor, ni el jabalí”. También circula por ahí la anécdota que protagonizó el líder derechista José María Gil-Robles en 1934, mientras pronunciaba un discurso en el atril, cuando algún político, con la intención de subrayar su señoritismo y alejamiento del pueblo, le soltó desde el escaño: “Usted es de los que llevan todavía calzoncillos de seda” (según algunas versiones, el grito salió de la garganta del socialista Indalecio Prieto; hay lío sobre la paternidad del asunto). En cualquier caso, el aludido no escatimó retranca para replicar: “No sabía que la esposa de su señoría fuese tan indiscreta”.
En tiempos más recientes, Alfonso Guerra, con su colmillo retorcido, de mordedura quevedesca, endilgó a los parlamentarios algunos epítetos memorables: “tahúr del Misisipi” (Adolfo Suárez), “víbora con cataratas” (Tierno Galván), “liendre con gafas” (Jorge Verstrynge), “Carlos II disfrazado de Mariquita Pérez” (Soledad Becerril) o “la monja alférez” (Loyola de Palacio). Tenía mala baba y un afilado ingenio para poner motes, como sucede en las comunidades pequeñas, en las oficinas y en los pueblos.
CONVENTO DE CLAUSURA
El Congreso de los Diputados nunca fue el refectorio de un convento de clausura. Tampoco se pretende; la mejor oratoria se achata si no va acompañada de un pellizco de sosa cáustica. Sin embargo, Vox ha traspasado un límite intolerable después de que la parlamentaria Carla Toscano llamara a la ministra de Igualdad “libertadora de violadores” y le espetara: “El único mérito que tiene usted es haber estudiado en profundidad a Pablo Iglesias”. Feo, denigrante, juego sucio machista, especialmente triste en boca de una mujer. Otra cosa son sus errores políticos.
Ignoro qué estipula en concreto el reglamento de la Cámara para un caso de violencia verbal, pero creo que Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, vicepresidente primero de la mesa del Congreso, debió actuar con mayor contundencia. ¿Cabía la expulsión de la sala?
PREMEDITACIÓN
La diputada Toscano no tuvo un calentón; llevaba escrita su cerbatana venenosa. Y lejos de retractarse, mandaba luego besitos a sus compañeros de bancada. Lo de Vox es una estrategia premeditada, sobre todo tras el pinchazo en las elecciones andaluzas. Pretende convertir el Parlamento en un lugar de bronca y escupitajo. Decimos tasca pendenciera, pero en las tabernas suele reinar más la concordia que el puñetazo. Aspiran a carcomer la política, a dinamitarla. Ahí anida la raíz del fascismo.
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