Limón & vinagre | Artículo de Josep Cuní

Luis Enrique: la fuerza de un carácter

Durante su larga trayectoria ha tenido que batallar tanto o más contra la crítica áspera y desagradable que caer en la tentación de sucumbir al aplauso agradecido y cegador

Luis Enrique celebra el cuarto gol, anotado por Ferran Torres

Luis Enrique celebra el cuarto gol, anotado por Ferran Torres / REUTERS/Carl Recine

Josep Cuní

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El fútbol es la única religión que no tiene ateos. Lo soltó Eduardo Galeano mientras seguía denunciando lo que mostraban las venas abiertas de América Latina. Los mismos circuitos por los que transcurre una pasión tan irrefrenable por el fútbol como la que él sintió desde chico. Aquella que le llevó a admitir que una melancolía irremediable se instalaba en su ánimo en dos momentos concretos: después de hacer el amor y al final de un partido.

Es conocida la constante fluctuación de sensaciones, incluso de sentimientos, que marcan el comportamiento de la afición. De cualquier afición. Del temor a la esperanza pasando por el lamento, el éxtasis, la resignación o la euforia. Itinerarios del espíritu que pueden recorrerse perfectamente en sentido contrario. Y esto es lo que hace grande e imprevisible este deporte. El más atractivo para ser practicado y seguido por todas las generaciones, convertido en un auténtico fenómeno social a nivel global y derivado en industria profesional. Basta consultar las estadísticas publicadas para deslumbrarse con los miles de millones que mueve anualmente y que explican también el riesgo y la constatación de la perversión que acarrea. Lo saben bien la FIFA y Qatar.

Todas las múltiples y tardías críticas que ha provocado este Mundial irán quedando aparcadas progresivamente mientras el balón vaya rodando. Y aunque sea durante el tiempo reglamentario, la seducción del juego se impondrá a la indignación social de una competición que desearía no mezclarse con la política como si las evidencias y los hechos revelados no demostraran que ya lo ha hecho. Que fueron las influencias políticas con sus correspondientes compensaciones económicas las que inclinaron una balanza que ya estaba descaradamente desequilibrada.

Algo parecido pasó el miércoles entre nosotros con la contundente victoria de la selección española frente a Costa Rica. Un festival con sello blaugrana que llevó a cancelar las dudas razonables previas y lanzarse a exclamar maravillas como si no hubiera un mañana. Pero el domingo, precisamente, el mismo equipo volverá a saltar al terreno de juego para jugar contra Alemania que, por mucho que cediera de manera sorpresiva ante Japón, no deja de ser un rival superior al goleado como, sobre el papel, Argentina lo es a la Arabia Saudita que la derrotó. 

Luis Enrique Martínez García (Gijón, 8 de mayo de 1970) lo sabe. Por esto, después del aplaudido debut de su equipo y la felicitación de Felipe VI que calificó el encuentro de gozada, recordó que el elogio debilita. Y el asturiano, que durante su larga trayectoria ha tenido que batallar tanto o más contra la crítica áspera y desagradable que caer en la tentación de sucumbir al aplauso agradecido y cegador, continuará con el estilo de juego que define su personalidad contundente y que ahora intenta endulzar como 'streamer'.

Considerado uno de los mejores futbolistas del siglo XX, el también aficionado al ciclismo sabe que no puede dejar de pedalear mientras siga en activo. No haberlo hecho nunca desde su debut, allá por 1987, le ha reportado grandes satisfacciones profesionales que se ha visto obligado a compaginar con profundas tristezas personales. Aquellas que rompen el corazón y desgarran el alma. Y que solo la fuerza de voluntad y la constancia ayudan a orillar. En público. 

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