Ventajas de la distancia

Un cuadro al revés colgado en Waterloo

No es que el Vivales goce actualmente de mucho prestigio, pero con su regreso se arriesga a perder el poco que le queda

El expresidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, en una foto de archivo.

El expresidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, en una foto de archivo. / EFE/David Borrat

Albert Soler

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Dicen que la distancia es el olvido, yo qué sé, no me acuerdo, lo que es seguro es que la distancia es la distorsión. Gracias a la distancia que separa España de Waterloo, hay bastantes catalanes que han olvidado al Vivales, pero lo más curioso es que hay lacistas que lo tienen por un líder. Eso es la distorsión de la distancia. Visto a más de mil quilómetros, cualquier pelagatos parece un estadista, sobre todo si no tiene otra ocupación que recibir de vez en cuando a un par de negritos que le cuentan al padrecito blanco las cuitas que padecen en su región. Los pobres africanos que de tarde en tarde son agraciados con una visita al bwana Vivales y corren a hacerse una foto con él, deben de pensar que entre oprimidos van a entenderse. Hasta que ven el casoplón de la Casa de la Republiqueta, recuerdan cómo viven ellos y entonces caen en la cuenta de que, como diría Orwell, todos los oprimidos son iguales, pero algunos son más iguales que otros.

Algo de olvido habrá también, y será cosa de la distancia, cuando sigue habiendo lacistas que no recuerdan que, cuando habitaba entre nosotros, al Vivales no se le recuerdan más que chapuzas, ya fuera como alcalde de la desventurada Girona, ya fuese como presidente efímero del Governet. Ni una sola acción de gobierno digna de recodar, ni un solo momento que justificara su cargo, ni una sola palabra que pusiera un poco en duda su ineptitud. Olvidado todo eso, sigue habiendo lacistas que esperan el regreso del Vivales, igual que los antiguos judíos aguardaban la llegada del niño Dios. Ni siquiera faltan profetas que periódicamente anuncian la llegada del redentor, cuya sola presencia habría de salvarnos a todos de seguir siendo españoles.

Con el Vivales ocurre como con el cuadro de Mondrian que estuvo más de 70 años colgado boca abajo sin que nadie se apercibiera. Algún aficionado a la pintura puede enojarse por la comparación, y con razón, puesto que cualquier garabato de Mondrian tiene mucho más valor que el Vivales, que precisamente de valor anda escaso. Pero también lo mantenemos expuesto en Waterloo exactamente al revés, como si fuera un exiliado, un estadista o una persona medianamente despierta.

Lo mejor que puede hacer –y ese consejo se lo ofrezco gratis– aunque la justicia europea anulase el suplicatorio cursado por el juez Llarena, es no acercarse a esta su tierra. Que se mantenga a más de mil quilómetros, distancia en la cual la necedad pasa desapercibida. Si viniera sería recibido de entrada con confeti y charangas, pero al poco tiempo todo el mundo sabría que en Waterloo el cuadro estuvo colgado al revés, y que lo que ha venido de vuelta no es el estadista que creíamos tener, sino un pobre incapaz. No es que el Vivales goce actualmente de mucho prestigio, pero con su regreso se arriesga a perder el poco que le queda. Mientras resida en Waterloo y se contente con un par de apariciones anuales por videoconferencia, nada ha de temer, solo los más cercanos de sus fieles sabrán que es un absoluto mentecato, y esos le guardarán el secreto porque les va el sueldo en ello.

Quédese viviendo a la sopa boba en Bélgica, don Vivales, no sea que, regresando, sus fieles descubran que es más gordinflón que ambicioso, más ambicioso que político, más político que inteligente y más inteligente que legítimo ‘president’.

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