Limón & vinagre | Artículo de Albert Soler

Jeff Bezos: deforestando Amazon

Nadie que posea una fortuna de más de 100.000 millones padece problemas de conciencia, con tales prejuicios uno no llega a amasar ni siquiera un millón

Jeff Bezos

Jeff Bezos / AFP / SAUL LOEB

Albert Soler

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Despedir a 10.000 trabajadores de Amazon de una tacada está feo, así que lo que hace Jeff Bezos después de anunciar esta poda de personal es comunicar al mundo que va a donar su fortuna a obras de caridad. Ya enseña la Biblia que la mano derecha no debe saber lo que hace la izquierda. Quién sabe si una parte de esta fortuna destinada a caridad, me refiero a unos pocos dólares, no va a terminar en manos de alguno de sus exempleados, que estará subsistiendo gracias a la ayuda social. Uno se imagina a Bezos compartiendo ágape con Elon Musk y otros asiduos de la lista Forbes, apostando sobre quién es capaz de dejar en el paro a más gente. Cuando la cuenta corriente supera los 100.000 millones de dólares, uno no se conforma con jugar al tute después de cenar, se inventa otro tipo de juegos. Una característica más de las fortunas de este nivel es que varían de unos cuantos miles de millones de un día para otro, como cuando usted, lector, no recuerda si lleva en el bolsillo quince euros o solamente trece porque se ha tomado un café en el bar. En el momento de escribir este artículo, la riqueza de Bezos alcanza los 124.000 millones, aunque no me hagan mucho caso, al terminarlo tal vez sean 130.000 o 120.000, qué más da.

El despido de trabajadores de Amazon sorprende porque se trata de personal altamente cualificado, han superado un trabajoso proceso de selección, seguido de unos cursos durísimos. El objetivo, logrado ampliamente, era crear un batallón de repartidores esparcidos por todo el mundo, capaces de saber con precisión milimétrica cuándo está ausente del domicilio el destinatario del paquete para acudir a entregarlo precisamente en este momento. Es de esperar que el recorte en la plantilla no afecte a estos esforzados empleados, a los cuales imagino durante horas padeciendo las inclemencias del tiempo, apostados frente al domicilio del pobre iluso que ha encargado a Amazon unas zapatillas deportivas. Solo cuando están seguros de que el destinatario ha salido y de que no queda nadie en casa, llaman al teléfono.

- ¿Señor Soler? Soy el repartidor de Amazon. Le traigo un paquete, pero no hay nadie en casa. No, no cabe en el buzón. No, no puedo pasar más tarde. No, no creo que el señor Bezos me vaya a despedir a pesar de los deseos de usted.

Nadie que posea una fortuna de más de 100.000 millones padece problemas de conciencia, con tales prejuicios uno no llega a amasar ni siquiera un millón. La fortuna de Bezos se estima en 124.000 millones, o en 162.000, o en 145.000, yo qué sé, con lo que la decisión de donar unos cuantos miles a distintas entidades, y anunciar que a su muerte hará lo propio con el resto, se debe con toda seguridad a otras causas. Al aburrimiento, seguramente. En Estados Unidos se lleva mucho lo de donar fortunas para obras filantrópicas, aunque sea para que le pongan tu nombre en el ala de una universidad. Los millonarios de verdad no le dan importancia al dinero, esa es su prerrogativa, y sí a legar su nombre a la posteridad. Cuando el día de mañana alguien recuerde que Bezos mandó al paro a 10.000 personas, otro alguien podrá replicar que quizás fue así, pero que también donó diez mil millones a la fundación 'Bezos Earth' que lucha contra el cambio climático, cosa que no hizo ninguno de los 10.000 despedidos, los muy insolidarios pensaban solamente en su trabajo. Los pobres prefieren dedicar su dinero -cuando lo tienen- a comer, y les suele importar un bledo la posteridad y el hecho que un ala de la universidad vaya a llevar por siempre su nombre. Gente extraña, los pobres.

Jeff Bezos tendría motivos para caer en la depresión, puesto que después de ser considerado durante años por la revista Forbes como el más rico del mundo, ha sido superado por Elon Musk y debe conformarse con el segundo puesto y con sus 124.000 millones (o 132.000, no se va a poner a contarlo). Gracias a su fortaleza de espíritu, no solo no se ha hundido en el desánimo, sino que ha mostrado una envidiable alegría al anunciar el despido de los 10.000 trabajadores. Ni una lágrima. Ni un mohín. Ni un humedecerse de ojos.

Entre los demás méritos de Bezos, cabe resaltar que, a pesar de todos sus millones, salta a la vista que no se ha ido a Turquía a implantarse pelo, lo cual anima en gran manera a los calvos del mundo. Si a un multimillonario le place lucir calva, ¿por qué no vamos a lucirla el resto? Hay que imitar siempre a los ricos, que saben de qué van las cosas. No pudiendo hacerlo en lo de despedir a 10.000 empleados, se lo vamos a hacer en lo de no ponernos peluquín. Y en cuanto consejo nos dé. El último ha sido no comprar en el Black Friday ni televisores ni frigoríficos ni coches, es mejor ahorrar. Sobre todo, si eres trabajador de Amazon.

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