Gárgolas | Artículo de Josep Maria Fonalleras

La fortaleza de la diversidad

Infantino hizo un brindis al sol, con toda la jeta hipócrita de que fue capaz, con la idea peregrina de emular al Kennedy de la Guerra Fría

El presidente de la FIFA, Gianni Infantino, en las gradas antes del partido Inglaterra-Irán.

El presidente de la FIFA, Gianni Infantino, en las gradas antes del partido Inglaterra-Irán. / REUTERS/Carl Recine

Josep Maria Fonalleras

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Pocos meses antes de su muerte, John F. Kennedy dijo que era berlinés. No lo era, claro, sino que era de Brookline, Massachusetts, pero esa mañana de junio de 1963, en el balcón del Ratahus Schöneberg, el ayuntamiento del distrito de Tempelhof, el presidente de Estados Unidos pronunció una de esas frases que se inscriben en bronce en el decurso de la historia: “Ich bin ein Berliner”. No lo era, claro, pero quiso proclamar, justo enfrente del muro, que asumía la ciudadanía de la ciudad simbólica y, con él, todo el mundo occidental se convertía en defensor de la democracia parlamentaria frente a la dictadura soviética. Más o menos fue así y ahora la plaza en la que dijo esas palabras ya no se llama como antes, sino que tiene el nombre de Kennedy. Debió de ser el primero en pronunciar una adhesión como aquella, la asunción de una nueva identidad que se convertía en mensaje político.

El último ha sido Gianni Infantino, el presidente de la FIFA. Suizo, de ascendencia italiana, ha dicho en Catar que es (o se siente) "catarí, árabe, africano, gay, discapacitado y trabajador inmigrante". Toda una avalancha de implicaciones que, de ser ciertas, concentradas en un solo individuo, le llevarían muy probablemente a la cárcel o a la muerte en un andamio. Seguro que Infantino, que se hizo famoso porque era quien extraía las bolas de los sorteos de la UEFA, preparó el inicio de la intervención que abría oficiosamente el Mundial con la voluntad de emular el gesto de Kennedy. Si soy tal cosa (o me siento así), significa que asumo las vicisitudes de esa persona o de aquel colectivo, que dejo a un lado mi confort (como suizo, europeo, blanco, heterosexual y alto dirigente de una de las organizaciones más poderosas del planeta) y participo del sufrimiento de los demás.

Infantino hizo un brindis al sol, con toda la jeta hipócrita de que fue capaz, con la idea peregrina de emular a aquel Kennedy de la Guerra Fría. Y dijo, claro, que el fútbol no debe verse “arrastrado a las batallas políticas o ideológicas” y que “la fortaleza del mundo es su diversidad”. Es decir, que nos fijemos en el césped. Eso sí, sin siquiera admitir un tímido brazalete reivindicativo. La diversidad significa que hay quienes respetan los derechos humanos y los hay que no. Esta es, para Infantino, la definición de la diversidad. Y todos, moros y cristianos, corremos tras una pelota, verdadera fortaleza inexpugnable, hoy, de las injusticias.

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