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El Mundial de Qatar y la hipocresía de nuestro tiempo

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El Lusail Stadium, sede de la final y con capacidad para 80.000 espectadores.

El Lusail Stadium, sede de la final y con capacidad para 80.000 espectadores.

Catar, como el resto de monarquías del Golfo Pérsico, es un ejemplo paradigmático del cinismo de nuestra civilización. A pesar de ser una dictadura es un Estado integrado en todos los organismos multilaterales. Organizamos misiones comerciales para venderles nuestros productos y comprarles su dinero, recibimos con alfombras rojas a su jeque y a su corte para que inviertan en compañías estratégicas o en grandes almacenes emblemáticos, llevamos allí a nuestros futbolistas carismáticos, instalamos sedes de empresas propiedad de troskistas de renombre y los tratamos, en definitiva, como si fueran una democracia consolidada.

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De manera acreditadamente corrupta, la monarquía de Catar consiguió ser la sede de un Mundial de Fútbol y para poder organizarlo se ha tenido que trasladar al mes de noviembre y construir unos estadios que son una especie de iglús en pleno desierto que aceleran el calentamiento del planeta. Este Mundial pretende ser un espectáculo y un negocio a costa del fútbol en lugar de ser el fútbol convertido en espectáculo y negocio. Como diría el historiador Niall Fergusson es una especie de bacanal previa a la caída del imperio. 

Con este panorama encima de la mesa, la policía de lo políticamente correcto pretende ahora que los artistas no actúen en este Mundial y que los espectadores no miren los partidos. Ciertamente, estaría bien que esta edición fuera en parte un fracaso para dar un toque de atención a los dirigentes del fútbol en el sentido de que no pueden enriquecerse a cualquier precio. Y hay muchos números de que lo sea porque apetece muy poco abrirse una cerveza un domingo de noviembre para ver en la tele un Catar-Costa Rica amenizado por una masa de figurantes que animan a los equipos con acento paquistaní. Pero no se le puede pedir a artistas y espectadores que hagan postureo con la dictadura de Catar mientras nadie ha pedido que España no compita, ni ha vetado a Xavi para venir a entrenar al Barça después de pasar por aquellos lares, ni tantas otras cosas. Joseph Stilgitz denunció a finales del siglo pasado el error de admitir en el comercio global a las dictaduras como China, Rusia o Catar. Lo vemos cada día en Ucrania y desde hoy también en el Mundial. Pero lo que vemos no es otra cosa que la decadencia de Occidente.