Artículo de Andreu Escrivà

COP27, el fracaso del futuro

No hay intención alguna de que las emisiones toquen techo en 2025 y en 2030 supongan la mitad del volumen de 2010, elementos imprescindibles para mantener vivo el objetivo de no superar un grado y medio de calentamiento

Un policía egipcio frente al Centro Internacional de Congresos durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático COP27 en Sharm El-Sheikh.

Un policía egipcio frente al Centro Internacional de Congresos durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático COP27 en Sharm El-Sheikh. / EFE/EPA/SEDAT SUNA

Andreu Escrivà

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Este 2022 hemos asistido, de nuevo, a una representación teatral de las cumbres del clima que ya nos sabemos de memoria. Los primeros días nos ofrecen la conocida -y muy justificada- indignación con las fotografías de jets privados volando hacia el lugar de reunión. Allí, en un enclave turístico buena parte de cuyas playas serán devoradas a lo largo de las próximas décadas por un mar en ascenso, se han concentrado decenas de miles de personas. Esto, que ya de por sí constituye un ejercicio de insostenibilidad rampante, ha contado con momentos de puro absurdo, como cuando la aplicación móvil de la COP27 envió al teléfono de los asistentes la propuesta de excursiones en el propio día, avión mediante, a Luxor y Cairo.

Hemos comprobado cómo la delegación de las empresas de combustibles fósiles sobrepasaba los 600 representantes, algo que se ha normalizado en una reunión internacional que parece, más que el epicentro de la gobernanza climática mundial, un caótico festival de música, tal y como la define la periodista Valentina Raffio. Lo único reseñable de los días intermedios, en los que poco a poco se hace palpable la inquietud por no llegar a tiempo a un acuerdo final, son las protestas que se producen en el seno de la COP27. Y entonces todo se acelera.

Hemos vivido de nuevo, con exasperación y desánimo, el 'crescendo' negociador en el que se trataban de desatascar los puntos conflictivos de la cumbre. Año tras año se repiten, y pueden sintetizarse en dos cuestiones fundamentales: quién tiene la culpa (y cómo piensa pagar la factura) y qué objetivos de reducción de emisiones nos marcamos (y cómo los implementamos). En la COP27 ha habido un tímido avance en la primera de ellas, dado que por fin se ha acordado crear un fondo para ayudar a los países más vulnerables a la crisis climática. Sin embargo, ahí se acaban las buenas noticias: el plazo para que empiece a funcionar se alarga un año, y será en Dubai, en 2023, cuando se defina el mecanismo con precisión. Eso, por supuesto, si se llega a un acuerdo.

En lo que respecta al segundo nudo negociador, cuánto disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero y cómo hacerlo, estamos exactamente igual que hace un año. A pesar de las evidencias aplastantes sobre la extrema gravedad de los impactos del cambio climático, que hace ya tiempo que dejaron de ser párrafos en los informes del IPCC para pasar a convertirse en la realidad de millones de personas, no hay ningún llamamiento a la reducción drástica del uso de combustibles fósiles. No hay intención alguna de que las emisiones toquen techo en 2025 y en 2030 supongan la mitad del volumen de 2010, elementos imprescindibles para mantener vivo el objetivo de no superar un grado y medio de calentamiento.

¿Ha sido una decepción la cumbre celebrada en Sharm el-Sheikh? No, de ninguna manera. Ha interpretado un papel que lamentablemente conocemos muy bien: el del 'retardismo' climático. Hacer como que se avanza sin dar más que un minúsculo paso. ¿Qué pasará en Dubai? Aún no lo sabemos. Pero si se levanta el telón y el guion nos resulta familiar, estaremos un paso más cerca de certificar el fracaso de un futuro más habitable y justo.

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