Artículo de Carles Francino

El canario de Torres

Los científicos se han desgañitado advirtiendo de que, si no cambiamos, vamos de cabeza al desastre

Viñedos de Familia Torres

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Carles Francino

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Miguel Torres tiene 81 años y la cabeza muy bien amueblada. Por eso hace tiempo que predica contra los peligros del cambio climático; porque sabe que esto va en serio y que el calor es la principal amenaza para la viña. Viticultor y bodeguero de cuarta generación, optó hace tiempo por comprar terrenos en zonas más elevadas de lo habitual -por lo tanto más frías- y no solo predica, también actúa: el 10% de los beneficios anuales de Bodegas Torres se invierte en mitigar el calentamiento global. Desde el uso de plantas fotovoltaicas hasta la captura del CO2 que se genera en la fermentación de la uva. Los resultados no suponen ninguna varita mágica para resolver un problema descomunal, pero sí cotizan en otro mercado de valores: el del compromiso con la salud del planeta.

El patriarca de los Torres me confesó el otro día, con un deje de decepción, que la idea de crear una red de bodegas para frenar los efectos del cambio climático no había cosechado ningún éxito en España; ha tenido que buscar compañeros de viaje en otras partes del mundo, como Estados Unidos o Nueva Zelanda. A él la cabeza le hizo clic con el documental de Al Gore, 'Una verdad incómoda', que en 2008 ya dibujaba un retrato devastador de la Tierra. Desde entonces se han celebrado 12 cumbres mundiales como la que acaba de terminar en Egipto, con avances minúsculos; los científicos se han desgañitado advirtiendo de que, si no cambiamos, vamos de cabeza al desastre; y al mismo tiempo el relato negacionista ha ganado terreno, dando carta de naturaleza a estupideces como esa de que “cambio climático lo ha habido siempre” (Ayuso 'dixit'). Así que el panorama no es muy halagüeño. Por eso estaría bien difundir las reflexiones de un octogenario, a quien nadie podrá acusar de histérico o marioneta, como a la pobre Greta Thunberg. Él insiste en que la viña se parece a los canarios que colocaban en la mina para detectar cuando había riesgo de explosión de grisú. Si el canario dejaba de cantar había que salir por piernas. Me temo que a nuestro canario ya empieza a fallarle la voz. 

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