La campaña militar (74) | Artículo de Jesús A. Núñez Villaverde

Problema a la vista: Zelenski

Con su actitud, Zelenski no solo se arriesga a un serio descrédito personal -por mantener una posición que pronto quedará negada por el resultado de una investigación ya en marcha-, sino al de la causa que representa

Volodimir Zelenski

Volodimir Zelenski / UKRAINE PRESIDENCY / ZUMA PRESS WIRE / DPA

Jesús A. Núñez Villaverde

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Hasta el jueves Volodímir Zelenski era mayoritariamente reconocido como el líder indiscutido de su pueblo y el comandante en jefe de unas fuerzas armadas que están asombrando a todos por su capacidad de planificación y ejecución para hacer frente a la invasión rusa. Hoy, visto desde el exterior, ese mismo Zelenski es crecientemente percibido como un problema que puede llevar a situaciones muy delicadas si insiste en el rumbo que parece haber adoptado.

Lo que ha hecho más visible ese cambio de percepción es su reacción a lo que todos los demás actores implicados en la guerra han querido ver como un accidente lamentable: la muerte de dos personas por la caída de un misil ucraniano en territorio polaco. Tanto Rusia como la OTAN, con EEUU a la cabeza, se han apresurado a rebajar la alarma, como señal bien clara de que no desean sumergirse en una guerra directa. En un escenario bélico sobre el que hay puestos tantos ojos es imposible esconder la autoría del lanzamiento de un misil de estas características. Por eso, una vez que se despejó la confusión inicial (que apuntaba a dos misiles rusos lanzados 'ex profeso' contra un país de la OTAN), parecía lógico que también Zelenski se alineara con quienes entendían que había sido un acto no intencionado, reconociendo que el misil había sido lanzado desde Ucrania para intentar repelar uno del centenar de los que Rusia había decidido lanzar contra su enemigo ese mismo día. Hacerlo así no quitaba responsabilidad a Rusia, porque cabe recordar que el misil interceptor no habría sido lanzado si Moscú no hubiera decidido realizar ese ataque masivo, y tanto Varsovia como el resto de las capitales que apoyan a Kiev habrían optado por pasar página de inmediato.

Sin embargo, Zelenski ha preferido nadar a contracorriente, insistiendo en que el misil que impactó en la localidad polaca de Przewodów no era ucraniano, sino ruso. De este modo se ha quedado solo defendiendo una interpretación de lo sucedido que incluso Polonia ha aceptado sin demandar una activación del artículo 4 o 5 del Tratado de la OTAN. Y es ahí donde el desacuerdo adquiere nuevas proporciones. Ucrania ha llegado hasta aquí no solo por la bravura de sus militares y la resistencia de su población, sino, sobre todo, por el creciente alud de armas y ayuda económica proporcionada por una cuarentena de países interesados en frenar a Rusia. Eso le ha permitido a Zelenski y los suyos no solo rechazar a las fuerzas invasoras, sino incluso tomar la iniciativa en el campo de batalla y hasta soñar con la victoria. Una victoria tan imposible militarmente como incompatible con la paz a corto plazo porque la expulsión completa de todas las tropas rusas de Ucrania (incluyendo, por tanto, Crimea) supondría, en el mejor de los casos, un esfuerzo de largo aliento que lleva aparejado no solo más sufrimiento humano, sino también una mayor implicación armamentística occidental.

Con su actitud, Zelenski no solo se arriesga a un serio descrédito personal -por mantener una posición que pronto quedará negada por el resultado de una investigación ya en marcha-, sino al de la causa que representa. Es comprensible que, soñando con la victoria, busque demonizar aún más a Moscú y emplee cualquier circunstancia para reforzar el apoyo que recibe de Washington y sus aliados, procurando que se decidan a traspasar las líneas rojas que han mantenido hasta ahora -establecimiento de una zona de exclusión aérea y entrega de ATACMS, carros de combate, blindados y artillería antiaérea, sobre todo. Pero en su afán por acelerar el ritmo de avance de sus tropas puede acabar por desencadenar justo un proceso contrario a sus intereses.

Las crecientes dificultades de los gobiernos europeos para hacer frente al malestar de sus poblaciones por los costes que supone el alineamiento con Kiev, así como las señales que llegan desde Pekín, interesado en que reine la calma para poder seguir rentabilizando su condición de fábrica del mundo, y los mensajes procedentes de Washington, presionando a Zelenski para que se avenga a negociar algún tipo de acuerdo con Putin, son factores que Kiev no puede desatender a riesgo de quedarse solo. No es amor a la paz. Es puro cálculo de intereses en juego.

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