Artículo de Joan Roca Sagarra

Contra el pesimismo épico

Es fácil y cómodo dejarse llevar por los diferentes indicadores y vaticinar graves consecuencias; intentar buscar soluciones o trabajar en un análisis que permita soluciones realistas siempre resulta más complejo y costoso

Ilustración de Leonard Beard.

Ilustración de Leonard Beard. / Leonard Beard

Joan Roca Sagarra

Joan Roca Sagarra

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Los datos macroeconómicos no dejan margen al optimismo. Y, en cambio, cuando se pregunta a nuestro entorno más inmediato, las realidades que se conjugan no resultan tan extremadamente negativas como aquellas que leemos. Como decía Felipe González, la opinión pública no se corresponde con la opinión publicada, y esta vez no nos referimos en términos políticos sino en términos económicos. Son muchos los que sufren situaciones complejas y dificultades económicas, pero el contexto que uno percibe es el de un empujón empresarial y económico más alto que lo que cabría esperar ante la lectura de los indicadores macroeconómicos.

Enumeraba recientemente Niall Ferguson, reconocido historiador y profesor en la Universidad Stanford, las diferentes realidades que conforman un contexto poco esperanzador: “La guerra de Ucrania desestabiliza la oferta y la demanda mundial. El crecimiento de la productividad de las economías desarrolladas ha sido muy lento los últimos años. Las tendencias demográficas son malas (envejecimiento de las poblaciones de Occidente, mientras que en 2035 se prevé que en China haya un jubilado por cada persona activa), la política fiscal ha sido muy activa los últimos años, lo que ha llevado a ratios de deuda sobre el PIB a niveles muy elevados. Los mercados financieros son mucho más grandes que las décadas anteriores y no sabemos dónde pueden surgir las debilidades. La estabilidad política deja mucho que desear y las opciones populistas están al alza”. En definitiva, nos enfrentamos a situaciones nada favorables en demasiados frentes, y este conjunto de realidades no invitan precisamente al optimismo.

Pero de aquí no podemos pasar a dejarnos llevar por un torrente de pesimismo que todo lo arrasa a su paso. Efectivamente, ante este contexto, de pronóstico ciertamente incierto y con señales más bien adversas que positivas, “el pesimismo está en niveles épicos”.

Es fácil y cómodo dejarse llevar por los diferentes indicadores del actual contexto y vaticinar graves consecuencias; intentar buscar soluciones o trabajar en un análisis que permita soluciones realistas, a nivel macroeconómico, siempre resulta más complejo y costoso. Y cuando la incertidumbre es la única realidad cierta a la que seguro que nos tendremos que enfrentar, el riesgo más importante a evitar es el de ofrecer respuestas equivocadas a la situación.

No es este un riesgo menor: un análisis exagerado o equivocado de algunos indicadores que pueda llevar a un callejón sin salida que no deje entrever ninguna solución constructiva puede ciertamente amplificar enormemente las consecuencias negativas de la situación. Los mensajes simples y las soluciones fáciles llevan a discursos tajantes y épicos, que hoy necesariamente parten de escenarios excesivamente pesimistas.

Y ante este riesgo, la moderación en el análisis y las soluciones concretas a partir del sentido común serán siempre bienvenidas. Y ante un inicio de artículo de visión macroeconómica y política, dejen que acabe con un ejemplo particular, loable y dentro de la línea de la 'sobriété' que tenemos que practicar en las diferentes instituciones (públicas y privadas).

Siendo uno de los ámbitos críticos en el ámbito macroeconómico el encarecimiento de la energía y si, como pone de manifiesto el profesor James Thornton (Presidente de 'Client Earth'), “el Acuerdo de París obliga a todos los países a presentar sus propios planes de reducción de emisiones, para conseguir las emisiones limpias cero en 2050”, no hay duda que el ahorro energético y de luz tiene que ser uno de los objetivos que hay que plantearse a nivel estatal.

Pues bien, un dato concreto que permite pensar en una solución precisa, fácil y llena de sentido común, que en ningún caso contradirá ni supondrá una medida errónea ante el macrocontexto que se nos dibuja en los próximos meses: en las tres jornadas últimas de la Liga de Fútbol Profesional en España, de los 30 partidos jugados, 22 se han jugado al atardecer (a partir de las 18.30 horas), de forma que ha habido que disputarlos con luz artificial. En las mismas tres jornadas últimas en la Premier League inglesa, de los 30 partidos jugados, 8 se han jugado a partir de las 17.00 horas con luz artificial. Hay medidas que tienen un coste muy reducido y pueden promover hábitos de consumo y ahorro, que difícilmente supondrán un error ante este “pesimismo épico”. Un dato más, la última jornada en España, ante la proximidad del Mundial y la necesidad de que los jugadores pudieran concentrarse con las respectivas selecciones, se jugó entre semana y todos los partidos se tuvieron que jugar a partir de las 19 horas, con la consiguiente necesidad de luz artificial; en Inglaterra se jugaron durante el fin de semana, solo tres se jugaron por la tarde-anochecer....y todos los jugadores llegaron puntuales a la convocatoria de sus selecciones.

Cuestión de prioridades y soluciones concretas que ayuden en el contexto incierto, sin provocar respuestas equivocadas que provoquen el incremento de la épica del pesimismo.

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