Ley del 'sí es sí'

Montero, una Zelenski en la Moncloa

Queriendo lanzar un misil contra los abusadores y violadores, lo ha soltado sobre las mujeres, que -como los polacos- a saber qué culpa tendrían

La ministra de Igualdad, Irene Montero, en el Congreso de los Diputados.

La ministra de Igualdad, Irene Montero, en el Congreso de los Diputados. / EFE

Albert Soler

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A Irene Montero, o Montera, o Montere, que con una mujer que dice “niñe” nunca sabes con qué vocal termina su nombre, hay que mantenerla en el cargo como sea. Los catalanes nos venimos divirtiendo de lo lindo con los políticos lacistas desde hace años, ya era hora de que el resto de españoles tuvieran también en el Gobierno risas aseguradas. Monteri, o como se llame hoy, y los lacistas son lo mismo, nos provocan la carcajada a base de destrozar el país, que ya sé que de esas cosas está feo reírse, pero puestos a que nos conduzcan a la miseria, mejor ir a ella con alegría.

A Irene ya le pusieron sus padres el nombre con mala idea, ella lo que quería era llamarse Irena, como está mandado. Para paliar ese disgusto de nacimiento, decidió dedicarse a la comedia y dar risa allá donde fuera, si no podía ser desde un escenario sería desde un Consejo de Ministros, y a fe que no escatima esfuerzos. Con la ley del ‘sí es sí’ ha demostrado estar a la altura de todo un Zelenski, y queriendo lanzar un misil contra los abusadores y violadores, lo ha soltado sobre las mujeres, que -como los polacos- a saber qué culpa tendrían. También como Zelenski, ha procurado rápidamente echar la culpa de su chapuza a cualquiera menos a ella misma. A la chapuza suma la arrogancia, cosa que confirma que ha bebido de las fuentes de los más grandes de la comedia, solo en el Governet catalán es imaginable tal nivel de diversión. Hay que evitar como sea que las voces que reclaman su dimisión se salgan con la suya, es gente amargada que quiere hurtarnos los pocos buenos momentos de que gozamos. Al revés, hay que conseguir que se proponga ahora subir los precios del alcohol, de esta forma pronto nos van a servir gratis en todos los bares.

Hace unos días, a resultas de la más que segura modificación del delito de malversación, aseguraba que no es lo mismo coger dinero ajeno para uno mismo que para otras necesidades, con lo que abría la puerta a que cualquiera pueda atracar una joyería, siempre que jure que lo robado era para su señora, que uno es muy hombre y no va a lucir un collar de perlas así grandotas. Esta ministra no solo no debe dimitir, sino que hay que convertirla en ministra vitalicia, aunque para ello tenga que promulgar ella misma una ley que pretenda todo lo contrario. Ya echaremos luego las culpas al primero que pase, llamándole machista.

No es extraño que ni siquiera Sabina se sienta ya de izquierdas, le dijeron que tuviera cuidado –¡hey, Sabina!- con la nicotina y con el Paternina, y se olvidaron de advertirle contra la moralina que se avecinaba. Además de dictarnos qué podemos decir y qué no, la izquierda acaba de traernos tantas reformas penales que uno no sabe si convertirse en sedicioso, malversar como si no hubiera un mañana o tocarle el culo a la vecina cuando coincide con ella en el ascensor. Hagan el favor de no ponerlo tan fácil, que no nos da tiempo a todo. Por eso Pedro Sánchez, a quien todos ninguneaban, es ahora el más solicitado en las cumbres. Desde Macron a Biden, desde Xi Jinping a Trudeau, todos le preguntan lo mismo.

-Oiga Sánchez, cuénteme como hacen en España eso de malversar dinero público y convencer a la gente de que no es lo mismo que robar.

-Pregúntenle a Monteru, o como se llame hoy, que de paso les va a contar el chiste de soltar a violadores para proteger mejor a las mujeres.

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