La carrera frenética de los espermatozoides
La fertilidad masculina ha descendido más del 50% en el último medio siglo
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Olga Merino
En cada eyaculación promedio habitan decenas de millones de espermatozoides, esos renacuajos cabezudos provistos de una cola delgada y muy flexible que avanza como un pistón, mediante la mecánica de impulsarse con un leve retroceso, en el maratón frenético del engendramiento. Un viaje sin retorno río arriba, lleno de peligros y a codazo limpio, un lance en el que solo cabe recompensa para quien llegue primero al óvulo. Tonto el último. El arte de vivir se asemeja más a la lucha que a la danza, dijo el emperador Marco Aurelio, y a fe que la pelea empieza desde bien temprano. Tan despiadado es el combate de la fecundación que, en un día malo, en derrota pero nunca en doma, siempre podías infundirte ánimos recordando que fuiste un campeón, el más listo, fuerte y rápido entre millones de colegas. Pero ya no se estila ese mantra; ahora triunfa el ‘quite quitting’, la renuncia silenciosa, el preferiría no hacerlo. Llegar el primero, ¿para qué? Se antoja más apetecible permanecer en el nirvana testicular, como Woody Allen en la peli ‘Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar’, un pobre espermatozoide disfrazado de ‘teletubbie’, muerto de miedo ante la incertidumbre y la oscuridad, que pretexta haber quedado a cenar a sus padres para zafarse de la aventura.
Plástico letal
Ignoramos si la carrera de los gametos masculinos es más llevadera ahora con el descenso alarmante de la concentración espermática, según un estudio internacional de la Universidad Hebrea de Jerusalén publicado el martes: una reducción del 62% (de 335 a 126 millones de espermatozoides por eyaculación entre el 1973 y el 2018). Al parecer, la culpa del descalabro la tienen la vida loca que llevamos y, sobre todo, los hidrocarburos y los plásticos. ¿Se han fijado en la cantidad de polímeros que generamos por habitante y semana? La fertilidad femenina tampoco anda exultante.
Somos legión
Cabría deducir que la humanidad se encamina hacia la extinción, extremo que, a estas alturas, viendo la cabezonería de la especie, tan persistente en sus equivocaciones, y a tenor de lo que vaticinan los timbales del apocalipsis, tampoco sería un drama desgarrador. Hasta aquí hemos llegado, chao, hasta luego, Maricarmen. Un dulce desaparecer no en las llamas del fin del mundo, como auguraban las Escrituras, sino en la frescura húmeda de sábanas infértiles. Pero no. El mismo día en que se hacía público el estudio, venía al mundo, en la República Dominicana, el ciudadano 8.000 millones. Somos legión. Nacen 33 humanos en lo que dura un suspiro de 15 segundos. Sabemos que el chavalín se llama Damián y que probablemente será pobre, pero no qué agua beberá ni qué aire respirará.
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