Directivos con sudadera
Carreras profesionales, formación y respeto. Esos son los ejes donde debería situarse cualquier relación laboral
Álex Sàlmon
Periodista. Director del suplemento 'Abril' de Prensa Ibérica.
Los despidos continuados e inmediatos en empresas que parecían del futuro como Amazon, Twitter o Facebook dan que pensar sobre el valor de los recursos humanos en esas corporaciones. Hace unos 15 años, cuando comenzó a ponerse de moda una forma nueva de trabajar, parecía atractivo que los jefes fueran con sudadera y deportivas, situaran una mesa de ping-pong en medio de la oficina y decidieran poner un 'catering' abierto continuo para disfrute del personal.
Ese ideal de puesto de trabajo y de relación laboral enrollada con el dueño o director de la empresa parecían nuevas formas de entender el contacto con el trabajador y de cuidarlo. Sin embargo, los despidos de las últimas semanas en este sector desmontan esa fotografía idílica y demuestran que lo estético no es una buena vara de medir el valor emocional y moral de un alto directivo.
Ni sudaderas ni cruasanes. Carreras profesionales, formación y respeto. Esos son los ejes donde debería situarse cualquier relación laboral.
Claro que no es cuestión de buscar teorías, pero las que se construyeron a finales de los 50 y 60 del siglo pasado sirven. La de Abraham Maslow, con su pirámide, que comprueba lo rápido que el profesional asume una mejora en su puesto de trabajo, o la de Frederick Herzberg, con los ingredientes motivacionales para conseguir que el sueldo sea menos importante que el estímulo del puesto de trabajo que ocupas, limitado en el tiempo, por supuesto.
Porque para qué quieres un jefe ‘casual’ en el vestir y enrollado en la oficina si, llegado el momento, va a despedirte con un huidizo y cobarde correo, estilo Elon Musk. Durante un tiempo caímos rendidos ante un modelo que, aunque parecía infantil, dejaba espacio abierto a la imaginación y a la creatividad. Y puede que funcione a la hora de escribir una gran producción cinematográfica o teatral, pero el mundo tecnológico más bien parece dedicado a zambullirse en una pantalla y sus algoritmos. Todos picamos piedra. Hasta la presidenta del Santander o el de La Caixa. El éxito está en eso.
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