Artículo de Ernest Folch

¿Hacia un triple tripartito?

La derogación de la sedición es un viaje sin retorno de Esquerra y al PSOE hacia el centro, envía a sus rivales a la periferia del malhumor y abre un nuevo ciclo político

El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez

El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez / DAVID CASTRO

Ernest Folch

Ernest Folch

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La derogación del delito de sedición, aunque sea un avance, dista por supuesto de ser perfecta. Primero, por las formas: fue anunciada por el presidente de manera poco ortodoxa, ante un periodista sospechoso, involcurado en oscuras tramas conspiranoicas. En cuanto al fondo, es evidente que para su eliminación ha habido que hacer concesiones inquietantes, como la aparición del concepto de "intimidación", que en manos de jueces sospechosos puede volverse extremadamente peligrosa. Pero este artículo no va de la discusión jurídica interminable sobre su derogación sino sobre sus impredecibles y en algunos casos devastadores efectos políticos que va a provocar. Porque lo más importante de lo que ha sucedido estos últimos días no es ni siquiera el anuncio de la derogación, coordinado entre los presidentes Sánchez y Aragonès, sino la reacción furibunda que ha provocado en sus correspondientes competidores políticos. El gran trofeo de esta medida (otro quiebro de cintura de Sánchez) es sin duda la rabia descontrolada que ha generado en la extrema derecha y especialmente en Feijóo, que se ha lanzado a afirmar, imitando a Abascal, que Sánchez "humilla" a España. El PP ha picado el anzuelo y se ha lanzado a la yugular de Sánchez, cada vez más inmune a la cólera del sistema mediático central. En el otro lado, el independentismo más radical ha reaccionado no menos encolerizado contra la derogación, argumentando que el acuerdo deja en peor posición a parte de los represaliados, especialmente al exilio.

Sin entrar en el fondo del debate, lo cierto es que el pacto entre Sánchez y Esquerra es un misil a la línea de flotación de la estrategia de la confrontación y desmiente a los que decían que la mesa de diálogo no servía para nada: de momento, la denostada mesa ya puede exhibir los indultos y el fin del delito de sedición, que no está nada mal. En realidad, la rabia que ha provocado el anuncio de Sánchez en todos los extremos del espectro político tiene una razón muy sencilla: el PSOE se queda el centro político en España y ERC se lo apropia definitivamente en Catalunya. La ira de sus contrincantes políticos es un autogol que los envía a los confines de la política, donde hay muchos tuiteros malhumorados pero pocos votantes. Dominado el centro del tablero, y atacados desde los extremos, el acuerdo entre Sánchez y Aragonès aleja al PSOE del PP y a ERC de Junts y fractura definitivamente el independentismo. Es decir, se abre un nuevo ciclo político. La contrapartida imediata del acuerdo es, por supuesto, facilitar la aprobación mutua de los presupuestos, en Madrid, y Barcelona, de los dos gobiernos, pero se abre una nueva era que va mucho más allá de simples acuerdos funcionales. Quedan por pulir importantes fricciones entre el PSC y Esquerra, que sostiene, no sin razón, que Pedro Sánchez es más proclive a buscar soluciones tangibles en el conflicto catalán que el propio Salvador Illa. Pero con un PSC distanciado cada vez más del bloque constitucionalista (como demuestra el acuerdo sobre el catalán) y con una ERC que ya tiene descontada que se le acuse de traición desde el propio independentismo, es inevitable que vayan acercando sus posiciones, ni que sea por razones pragmáticas. La tercera fuerza de izquierdas, En Comú-Podem, tampoco tiene otra alternativa que sumarse a este bloque. En las municipales, es altamente probable que el alcalde o alcaldesa de Barcelona salga esta vez como resultado de un pacto entre Comuns, Esquerra y PSC. En Catalunya, los tres mismos partidos, aunque con una correlación de fuerzas diferente, tendrá probablemente una mayoría plácida para gobernar, como ya reflejan las encuestas. Y en España, si PP y Vox no suman, no hay otra solución que el mismo pacto ampliado a las fuerzas del País Vasco. ¿Nos encaminamos hacia un triple tripartito en Barcelona, Catalunya y España? Lo que hasta hace poco parecía ciencia ficción es hoy cada día menos imposible.

Suscríbete para seguir leyendo