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Un fracaso personal de Trump

Donald Trump

Donald Trump / EVA MARIE UZCATEGUI / AFP

Una vez ha quedado en nada la ola roja a la que aspiraba Donald Trump, el único logro al alcance del partido del expresidente es hacerse con una exigua mayoría en la Cámara de Representantes. El Partido Demócrata se garantizó este fin de semana la mayoría en el Senado incluso antes de la segunda vuelta en el estado de Georgia el 6 de diciembre y los candidatos negacionistas a ocupar el puesto de secretario de Estado en diferentes estados, promovidos por el trumpismo, han salido derrotados, lo que significa que Trump no dispondrá en 2024 de tantos funcionarios afectos a su casusa como esperaba, dispuestos a no dar por buenos los escrutinios cuando el ganador sea el candidato demócrata.

El consuelo de la victoria en la Cámara de Representantes, pendiente de confirmación –los republicanos obtendrán entre 219 y 221 escaños, según las últimas proyecciones, y la mayoría está fijada en 218–, es un pobre consuelo porque no permitirá bloquear las iniciativas legislativas de los demócratas. Este era uno de los objetivos de Trump: tener maniatada a la Administración de Joe Biden los dos próximos años. Además, no menos de una decena de diputados republicanos son partidarios de llegar a compromisos con los demócratas para aprobar iniciativas bipartidistas o, lo que es lo mismo, ni siquiera en la Cámara de Representantes tiene Trump garantizada una mayoría permanente. A lo que hay que añadir el llamado privilegio ejecutivo, que en determinadas circunstancias permite al presidente aplazar la aplicación de una propuesta votada en el Congreso.

Se trata de un verdadero fracaso electoral en un país extremadamente dividido donde ha arraigado la sensación de que la democracia está en peligro. Se da así una situación insólita dentro del Partido Republicano, donde cada vez son más las voces que de forma más o menos explícita acusan al populismo extremista de Trump de haber movilizado al electorado liberal. Como ha resumido un asesor de los republicanos, Trump es tan eficaz para poner en marcha al votante conservador como al liberal, sin que, por lo demás, hayan tenido especial relevancia a la hora de la verdad los cambios en la delimitación de los distritos electorales, las complicaciones para la inscripción en el censo electoral y el laberinto burocrático para el voto por correo aprobado en estados con gobernadores trumpistas y mayoría del mismo signo en el Congreso estatal.

Los votantes han sabido deslindar el desempeño de Biden, con índices de aceptación por debajo del 50%, de la necesidad imperiosa de parar los pies al expresidente. Las encuestas de campaña no supieron o no pudieron captar ese matiz, pero es evidente que el comportamiento del cuerpo electoral en muchos estados ha tenido una orientación preventiva: evitar que los candidatos promovidos por Trump salieran victoriosos. El llamado voto negativo ha sido determinante en el desenlace de esas elecciones.

Frente al desafío permanente a las instituciones con el que soñaba Trump y que llegó al paroxismo en el asalto al Capitolio se ha impuesto la movilización cívica para evitarlo. Frente a la convicción del expresidente de que saldría de las elecciones de mitad de mandato investido con los atributos del seguro candidato republicano para la elección presidencial de 2024 surge ahora Ron DeSantis, gobernador de Florida, que sacó una ventaja de 20 puntos al candidato demócrata y está en condiciones de disputar a Trump la carrera a la Casa Blanca. No menos peligrosamente reaccionario que el expresidente, lo que demuestra que su fracaso es más aún personal que político, y que no se puede dar por hecho que ante la extrema derecha vociferante exista una mayoría incontestable fundada en la sensatez del electorado centrista y la movilización de las bases más abiertamente liberales.