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Un país que corre

Running en la ciudad

Running en la ciudad / RICARD CUGAT

Albert Sáez

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Las masas que hace 80 años dedicaban la mañana del domingo a ir a misa, ahora salen a correr por los parques, los caminos y las calles. En ambos casos, les alienta el miedo a la muerte y su deseo de prolongar la vida que, aunque llena de quejas y lamentos, es un tesoro al que pocos quieren renunciar. Vivimos un boom de carreras populares. Más de 6.000 catalanes participan en la Behobia-San Sebastián, un trayecto casi para profesionales. Correr es bueno para el cuerpo, especialmente para compensar el sedentarismo de nuestras actuales formas de vida. Es evidente que las sociedades agrarias o puramente industriales no necesitan inventar formar artificiales de ejercicio físico, les bastan las laborales. Pero correr también es bueno para el alma o para la mente, digámoslo como más nos guste. Proporciona un espacio de soledad, de silencio y de alejamiento de la pantalla del móvil. Y para una sociedad, es bueno que los individuos que la componen sean reflexivos. Sobran exaltados, más ahora que en las redes amplifican su griterío y llegan a pensar que tienen razón.

Tener tiempo y salud para salir a correr es uno de los elementos tangibles del estado del bienestar. Ciertamente, no permite salir a la tribuna de las ruedas de prensa de los gobiernos para lanzar una consigna TikTok anunciando unos euros de más a final de mes. Pero estimular este tipo de ejercicio sería bueno para muchas cosas, desde la mejora de la salud física y mental de forma preventiva, lo que luego redundará en la sostenibilidad del Estado, hasta la convivencia. En demasiadas ocasiones, las legítimas reivindicaciones de mejoras materiales se convierten en una subasta de prestaciones que generan una suerte de consumismo político. Las jóvenes generaciones valoran cosas diferentes a las reivindicaciones clásicas y generan un tipo de demandas políticas que a los 'boomers' nos llegan a parecer naifs. La organización del tiempo, la salubridad del ambiente, la ausencia de presión social sobre las conductas individuales, equivalen ahora lo que en su tiempo representó la jornada de 35 horas, las bajas para cuidar a la descendencia o la inclusión de la dependencia como pilar del estado del bienestar. Un país que corre es diferente, piensa diferente, tiene demandas diferentes y exige compromisos diferentes.

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